* Desembarco
Un vez más, tal
como sucedía siempre en su vida no había nadie allí para recibirlo, tal vez
porque solo se puede recibir aquello para lo que se haya un lugar.
Mirando tras
una arboleda y hacia los cerros, se veía el fin de los reflejos matinales. Con
un vibrante brillo de novedosos colores, se formaba una aureola envolvente,
cargada de pequeños destellos, una diáfana claridad de una atmósfera virgen y de
ese aire en cópula con el sol que jamás había observado antes. Una sensación de
mediodía glorioso le daba una bienvenida, que contrastaba con la imagen de los
hombres que trabajaban industriosa y afanosamente bajo el sol y a las mujeres
que parloteaban a la sombra de viejos robles, mientras cocinaban las viandas;
la misma imagen de hombres y mujeres que había dejado tras de él, pero con un
ligera energía renovada que se expresaba en sonrisas y cantos.
Más allá de
esa nueva imagen esperanzadora se recriminaba tener que descender y empezar a
transitar nuevamente. Recostando su espalda sobre una vieja acacia, el sopor de
la siesta le hablo a su alma de caminante:
Pobre alma mía la que siempre me has bendecido,
Y que siempre te he bendecido,
Dime ¿Porque?
En esta hora en que todo duerme,
no hay reposo para nuestros pies
¿Porque?
¿Cuando el mundo se retuerce en bostezos
El ruido de nuestras botas,
las de cuero rudo y suelas gruesas,
no perturba las somnolencias, ni puede subvertir
los letargos del espíritu, de tanta pesadez?
Al punto, en
medio del adormecimiento y el aturdimiento que le provocaba ese espíritu
esquivo, mientras acababa estos precipitados versos, una voz socarrona le trajo
nuevamente:
- ¡Oh
Zaratustra! finalmente has llegado hasta aquí, a este lugar bendito, a tus
islas afortunadas y al país de tus hijos.
Definitivamente has conseguido tu objetivo, y has logrado el premio de
tu trajinar -
- ¡Cállate,
espíritu de las mediocridades! Si quisiera yo de tu bendición e invocara de tu
augurio, es porque entonces sí estaría necesitado de mi propia alma. Mis Islas
y mi Mediodía, no es algo que la mediocridad puede percibir, ni es tampoco un
bocado para estómagos delicados -
-"Mil
senderos existen que aún no han sido nunca recorridos; mil formas de salud y
mil ocultas islas de la vida. Inagotados y no descubiertos continúan siendo
siempre para mí el hombre y la tierra del hombre.
¡Vigilad y
escuchad, solitarios! Del futuro llegan vientos con secretos aleteos; y a oídos
delicados se dirige la buena nueva. Vosotros los solitarios de hoy, vosotros
los apartados, un día debéis ser un pueblo, de vosotros que os habéis elegido a
vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido y de él, el superhombre.
¡En verdad, en
un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve un
nuevo aroma, que trae salud, - y una nueva esperanza!" [1]
-
Así
Zaratustra se encontraba caminando fuera de sus montañas, en nuevas montañas.
Todavía se requería a si mismo entender tal cambio. De una cosa estaba seguro,
había en esta tierra un evocación de cosas nuevas, que aun pareciéndose a las
viejas estaban cubiertas por un nuevo enigma, superior a los que ya había
desentrañado. El desafío le precedía, y él se había convertido en la sombra de
su propia sombra.
Aun cuando su
anhelo siempre fue el sur y su gran objetivo el mediodía, al principio decidió
quedarse en el norte, especialmente porque se aproximaba el invierno.
* En La fiesta De Los Buenos
Entrando en
un poblado, donde había una fiesta de sus pobladores, que divididos en grupos
festejaban ser lo mejor de los hombres, los buenos y justos. Se acercó a una de
estas reuniones, de quienes parecían los principales del pueblo y que charlaban
sobre el valor de las palabras. Inocentemente le pareció bueno estar allí entre
ellos y relajándose sobre una gran piedra y apoyándose en su cayado, se vio en
medio de sus comentarios, pues uno de los parroquianos preguntaba si todas las
palabras eran buenas. Entonces Zaratustra entusiasmado por la profundidad de
tal pregunta, se adelantó y dijo:
- Hay
palabras que son pesadas, y otras que vuelan. Las que vuelan están lejos de los
pies pesados de barro y del alcance de las garras lascivas más impunes. No hay
escaleras para llegar donde estas águilas vuelan. Mirando por sobre todos los
mortales esperan el gran mediodía, para descender como el rocío de un nuevo
amanecer. Miran y esperan, para descender sobre su presa, que precisamente son
aquellos que quieren apresarlas. Aves carnívoras de apetito voraz, que aletean
en los gallineros, porque de alas cortas impedidas de vuelo, miran de soslayo
al cielo para proseguir la carnicería -
Advirtiendo
el silencio que había generado, prosiguió así:
- Pero este
es un día de pocas pero valiosas palabras que cobran su valor ante la ausencia
de valor. Yo he venido ha revalorizar, a refundar las palabras y dar su mejor
significación a los viejos significados. Para que las palabras dejen de ser
juegos y espejos lúdicos de la plebe, y éstas se entronicen finalmente en su
aristocracia. Porque os digo que hay que trastocar el sentido que los hombres
pequeños dan a todo lo que hablan. Se debe despreciar todo lo que ellos
consideran valioso. Aquí ellos llaman poder, al oro de los Tenderos, y se
precipitan sobre él para obtener lo que ellos suponen, su hora de poder. Llaman
justicia a los desequilibrios y paz a las imposiciones, y para ello sostienen
en alto las manos más impías, que son las que parecen más pías. Llaman
aristocracia a la plebe y nombran sus reyes de los más ineptos, y así echan su
alimento a ese dragón dorado que custodia la mediocridad y la decadencia del
mundo. Llaman virtuoso a todo lo infecundo y arte a la vanidad, hermoso a lo
despreciable y así han trastocado e invertido todos los valores vigentes. Así
se enorgullecen de todo lo que degrada y se arropan con vestidos carcomidos por
las polillas nocturnas. A lo malo llaman bueno y a lo bueno malo -
Pero entre
ellos, uno manifiestamente molesto, dijo:
- Zaratustra
no ves que estamos alegres y de festejo, somos felices en nuestro extenso valle
y le mostramos a otros hombres nuestra dicha y nuestro dios, para que nos
imiten. Pero tú eres un aguafiestas y llegas con discursos de un mundo antiguo
del que nos hemos alejado definitivamente. Nosotros somos modernos y viajamos
al futuro, no necesitamos de tu palabrería, que de por sí, es dura e indigesta.
Por lo tanto seguiremos jugando nuestros juegos. Zaratustra, imitador de dioses
envejecidos sigue tu camino y no entorpezcas nuestro progresar, porque así
vamos atravesando nuestras montañas y hasta hoy nada lo impide, porque Dios
está de nuestro lado -
- Así es como
los buenos, mataron a Dios, puesto que son quienes pudieron acercarse más
peligrosamente a él - Se decía para sí convencido de que las argumentaciones
era comida demasiado fría para estos estómagos acalorados y se levanto de la
piedra donde estaba sentado, porque veía en sus rostros el principio de una
violenta conspiración en su contra.
Así los dejo
en medio de sus deliberaciones para escarmentar al perturbador, y antes de que
pudieran echar mano de él, Zaratustra estaba nuevamente sobre los montes que
daban cobijo a su andar.
* El Sol en Mediodía
Así fue que
anduvo errante mucho tiempo, sin entrar en las poblaciones, que se asemejaban
en mucho a los buenos y los justos de esa última experiencia. Este tiempo le
sirvió para terminar de entender su nuevo caminar en esta nueva tierra.
Multitud de pensamientos se amontonaban y arremolinaban en su mente.
Muchos fueron
los días que así anduvo, hasta que llego a una villa de amables campesinos que
parecían vivir en una calma tensa y con una armonía inestable. Había una pugna
que aun cuando parecía provenir de afuera de la comunidad, al acercarse se
podía percibir esa misma inquietud internamente.
Zaratustra
fue recibido amablemente y extendieron su invitación para que se quedara, aunque
fuera desconocido para ellos. Muchos días con ellos, le permitió entender sus
preocupaciones y comprender que estaba entre hombres con disposiciones nuevas,
tratando de emerger de entre la mediocridad de los buenos y los justos. Y ese
romper con lo viejo era lo que le creaba una tensión adicional a sus afanes.
Pero él siempre se mantenía al margen de sus asuntos, para poder entender mejor
lo que allí se desarrollaba, porque aun para la amplitud de su espíritu, todo
esto resultaba un nuevo enigma.
Aun cuando no
comprendía bien, todo lo que provenía de allí lo apabullaba, y penetraba en él
con una conmovedora sensación, que lo unía sensible y afectivamente a esta
animada colmena. Si era su mucho amor o su mucha tontería, no lo sabía, pero
percibía entre ellos esa veneración adolescente que es cercana a los de su
especie.[2]
Había allí un
gran árbol desconocido, que bajo su frondosa copa desplegaba una cubierta de
protección para los hombres y los animales que se reunían en torno a él. Y así
se sentía él, cobijado bajo el amparo acogedor de su sombra bienhechora, y se
sentaba debajo, en las siestas veraniegas para meditar como solía hacerlo,
rumiando su vieja felicidad y una nueva felicidad. Y en uno de esos retiros
estivales, mirando hacia el ocaso que se demoraba en llegar, se decía:
- Tanto la felicidad
como la verdad, cuando viene amontonada disgusta, así como ahoga la mentira que
viene en cuotas. La belleza no es simplemente una manifestación estética, sino
el efecto y síntoma de la misma verdad y felicidad, así como toda fealdad es
efecto y resultado de un conflicto y mentiras
-
Y allí, con
ánimo de no perturbar se sentó junto a él, uno de los hombres que él había
estado observando con atención, y que hasta ese momento parecía no advertir la
presencia de Zaratustra.
- Parece que
quien nunca duda, tampoco nunca puede afirmar - Dijo el hombre, en un tono de
amistad explicita.
Nuevamente
esa misma sensación de protección se acomodó y se acolchonó en su corazón -
¿Sería el árbol un protector? ¿Podría proteger algo a Zaratustra alguna vez? – así
saboreó sus preguntas antes de comenzar el diálogo con quien parecía querer
compartir un momento sagrado con aquel a quien lo sacro y lo profano se
diferenciaba solo en los colores y sabores.
- Tampoco, a
quien es capaz de la duda, no se le impide volver sobre sus pasos - replicó
Zaratustra firmemente.
Ambos se
miraron y sin asomo de extrañeza se echaron a reír unánimes. Y por un rato
largo no podían detener la risa. Esa prolongación, les sirvió para corroborar
con sus miradas lo que sus almas palpitaban. Había allí un espíritu fraternal
inédito, pero que evocaba sentimientos y reflejos que yacían en sus anhelos. Y
de esa risa, parecía irrumpir en borbollones, una ansiedad atascada proveniente
de sus pasados.
Ninguno de lo
dos se atrevía a romper el encanto de ese momento con nimiedades, ni pregunta
superfluas. ¿Porque, que decir en tal trascendente instante?
Fue el
hombre, que como anfitrión finalmente resolvió la cuestión invitando a
Zaratustra a una cena y charlar en su cabaña.
Así en todo
lo que restaba de la tarde y durante toda la noche, se sucedían unos a otros
los relatos de ambos, hasta que el nuevo día los fue venciendo sobre la mesa. Y
en lo que siguió de las semanas, se buscaban mutuamente como dos adolescentes
deseosos de liberar juveniles y anheladas proposiciones.
Era como si
todo el universo conspirara para que confluyeran en ese lugar y durante este
tiempo, dos torrentes que descienden apasionados de montañas distintas. Dos
almas se encontraban, y producían su propia fiesta, un ágape de exquisiteces,
carnes selectas y añejos vinos. Un banquete de dioses y de héroes.
Más tarde en
la solitaria privacidad de su lugar de dormir, Zaratustra se decía para sí:
- Mi andar me
ha procurado un milagro, y mí madurada soledad ha encontrado un igual, un
compañero, con el que no hay que ascender ni descender, sino andar y abrir
camino. Aun cuando transito hacia una tierra por conocer, aquí mi poderoso azar
depositó en mis costas, aquel con quien mi alma puede bailar, compañero de
viaje hacia el país de mis hijos. Sabía que no estaba frente al superhombre,
pero cuan cerca o cuan lejos era muy difícil de precisar.
¿Era acaso
este el lugar donde su camino terminaba? ¿Concluía aquí su andar de eremita, de
caminante del desierto? Estas preguntas ocupaban lateralmente, el gozo de
compartir con esta gente días sagrados. Algunas de las respuestas fueron
ocupando su sitial, a través de estos días. Y así nuevas felicidades y
revelaciones llegaron a su alma.
Pero
Zaratustra siempre desconfiaba de su dicha, como se debe desconfiar de una
vieja prostituta. Por eso se repetía a si mismo con frecuencia – “Toda
felicidad llega a su fin, cuando todo emblanquece, cuando el brillo supera los
colores, porque ese es el momento preciso de iniciar un ocaso, y así con el sol
que prosigue en busca de su aurora, así debe ser con Zaratustra, para continuar
siendo quien ilumina”
Una tarde de
lluvia y tormenta gris, en ese verano, no pudo allegarse hasta la sombra de su
gran árbol, sino que se tendió en su cama, para cumplir con una siesta. No
distinguía bien si había sido un soñar o una visión, pero esto lo perturbó. Un
sueño ya soñado, que se presentaba ahora como respuesta o un nuevo interrogante
sobre un viejo enigma. [3]
Ya no había
un perro aullador, que de pronto se transformaba en pastor, sino que la figura
del joven tomo la escena, desde el principio. El mismo que la serpiente mordía
su garganta y se retorcía. ¿Pero que era esta terrible visión? ¿Por qué lo
atormentaba nuevamente?
Pero esta vez
algo diferente sucedió de aquel sueño, porque no fue él quien pudo ayudarlo, ni
siquiera pudo intentar acercarse. Y así en su desesperación, vio que otro joven
apareció esta vez y acercándose al cadáver saco la serpiente de su garganta y
fue él quien con sus dientes la descabezó y se la tragó. Luego comenzó a reír
de satisfacción desproporcionadamente, hasta que La Luna y El Sol danzaron
alrededor de él y no podían dejar de hacerlo; y arrastraron así a todos los
astros del cielo y todas las estrellas de la tierra se aprestaron a seguirlo.
A decir
verdad, esta visión duró brevemente, pero mucho fue el tiempo que Zaratustra
quedo inmóvil en su cama mirando al cielo leyendo entre símbolos y presagios. Y
también por mucho tiempo después de esto, con frecuencia volvía sobre este
sueño.
Cuando su
compañero, el hombre con quien compartía todos los atardeceres, llegó para
reunirse, pues la tormenta había ya pasado, cuando encontró a Zaratustra en
este rigor se asustó mucho e intentó buscar un médico. Pero incorporándose con
esfuerzo, Zaratustra frenó su intención, diciéndole:
- Mi
compañero y hermano, a quien mi amor distingue por sobre todos los hombres y
por sobre todo; lo que me ha llevado a este espasmo no es algo que tenga que
ver conmigo y aunque mucho tiempo este enigma me ha perseguido sin poderlo
descifrar, siempre supe que no era por mi, sino por otro. Y hoy entiendo mi
querido amigo, que tu eres ese pastor que me ha visitado en estos sueños y tu
eres aquel que he visto luchar con un serpiente en su garganta - Y visiblemente
apesadumbrado prosiguió relatando en plenitud lo que había soñado la primera y
la segunda vez.
Muchas
sensaciones acudieron a esta charla, de ambas partes. Pero este hombre cuyo
amor por Zaratustra era también de la medida que él recibía, le dijo
irguiéndose sobre sus pies:
- Mi noble
amigo, aunque no haya soñado con esta situación precisamente, mucho he temido
por esto, y no por mi mismo, sino por lo que podría dejar inconcluso. Pero
lejos de apesadumbrarme tu visión, me reconforta entender tu símbolo, que es
nuestro símbolo, el de Aquel que algún día tiene que venir. Pero con respecto a
mí, no tengo nada que me preocupe, y tal como dijo alguna vez el viejo
Zaratustra: -"Demasiadas cosas se me han aclarado: y ahora nada me
importa ya. Nada vive ya que yo ame, - ¿cómo iba a continuar amándome a mí
mismo?"-
- No llores
ni te aflijas por quien sabe cuando es tiempo de ocaso. ¿O es que tu mismo no
lo entiendes? Vamos que nos queda tiempo para festejar antes de la noche - Y
esa misma madrugada después que cantó el primer gallo, su amigo fue negado tres
veces y entregado por su propia gente y así marchó a su destino.
De nuevo el
grito aquel que lo estremeciese en su piedra delante de su caverna [4],
apareció aquí como una crueldad desgarrante. Claramente comenzó a entender, que
aquel era un grito que había cruzado el abismo para anticiparle este momento.
Ese era el presagio que lo había angustiado. El largo lamento de un compañero,
el clamor del hombre superior, que ahora cobraba verdadera dimensión de
realidad en esa triste noche.
Por supuesto
que no podía hacer nada, ni debía hacerlo, su corazón desgarrado solo podía ser
testigo y con dificultad comprender lo que allí sucedía. Tal vez uno de los
momentos más difíciles para un hombre que con su corazón de diamante, podía
cortar las más espesa lobreguez.
Era un ocaso,
un crepúsculo. El sacrificio solar de un viejo dios egipcio en el horizonte de
los pequeños hombres. Una plebe enfurecida contra un astro en soledad, en la
más solitaria hora de la noche. Ese grito que desgarraba, ese grito que quemaba
la piel de frío, la escarcha nocturna que volvía sobre Zaratustra. No era el
grito llegando a Zaratustra, ahora era él llegando al grito.
¿Y de que
servía estar allí, si no podía ayudar? ¿Qué era esta extraña forma de tormento?
Predecir y vivirlo. Muchas veces él mismo se ofrecía en holocausto a toda
causa, pero hoy no entendía ese sadismo. Creía que algo de locura se apoderaba
de su mente, todo le parecía por momentos, absurdo y sin sentido, el mundo era locura.
Cuando
extenuado por el dolor, su cansancio pudo hallar un descanso bajo la sombra de
su gran árbol, y mientras se adormecía comenzó a recordar como entre brumosas
nubes al adivino, que había anunciado la gran fatiga y vaticinaba malos
presagios y rayos cenicientos, cuando le dijo: - "Todo es idéntico,
nada vale la pena, el mundo carece de sentido, el saber estrangula" -[5]
Y
se dibujaba en su mente en letras crecientemente claras lo que había predicho:
- "¿Oyes? ¿Oyes, Zaratustra? - exclamó el
adivino - Ese grito es para ti, a ti es a quien llama, ¡ven, ven, ven, es
tiempo, ya ha llegado la hora!- Zaratustra callaba, desconcertado y
trastornado. Finalmente preguntó como quien vacila en su interior:
- ¿Y quién
es el que allí me llama? -
- Tú lo sabes
bien - respondió con violencia el adivino - ¿por qué te escondes? ¡El hombre
superior es quien grita llamándote!"[6]
-
Mascullando
con impotencia tan terrible correlato, pues en su momento no había creído algo de
este, que ahora comprobaba, recorría como una energía vital en su médula los
recuerdos de aquel dialogo profético.
-
"Quien quiera que seas o quieras ser, oh Zaratustra, lo has sido ya mucho
tiempo aquí arriba, ¡dentro de poco no estará ya tu barca en seco! -
- ¿Es que
yo estoy en seco? - preguntó Zaratustra riendo.
- Las olas
en torno a tu montaña, respondió el adivino, suben cada vez más, las olas de la
gran necesidad y tribulación pronto levantarán también tu barca y te llevarán
lejos de aquí - Zaratustra calló al oír esto y se maravilló.
- ¿No oyes
todavía nada? - continuó diciendo el adivino - ¿no suben de la profundidad un
fragor y un rugido? -
Zaratustra
siguió callado y escuchó, porque entonces oyó un grito largo, largo, que los
abismos se lanzaban unos a otros y se devolvían, pues ninguno quería retenerlo,
tan funestamente resonaba.
- Tú,
perverso adivino - dijo finalmente
Zaratustra - eso es un grito de socorro y un grito de hombre, y sin duda viene
de un negro mar - [7]
* El mundo es locura
Principiando
a componerse del trance de su involuntaria epifanía, Zaratustra, se dijo:
- La locura
del mundo es su belleza, porque la plebe, llama cuerdo al hombre pequeño
ennegreciendo la razón. Entonces hasta lo bello del mundo está bien loco. Por
eso hoy hago un pacto con la locura mía y con la de todos. No la agrediré aun
cuando me ataque. Porque finalmente he entendido que llevarse bien con la
locura es indispensable para no volverse loco.
No es hacer
una apología, sino hacer de ella una aliada. Aunque compañera infiel del
espíritu, cuando compartes su lecho, ella se entrega a si misma en extravíos
amorosos y frenesíes escabrosos. Y aun cuando pareciese que no regala virtudes,
porque es la más egoísta de las mujeres, de su exuberancia, de esa profusa
abundancia disonante se derraman pequeñas notas, las más armónicas.
Porque mucho
de ella es inocente y me enternece, me ha convencido de quererla y protegerla,
aun cuando sé que acoger animales salvajes es cobijar desiertos.
Mucha locura
ha llegado a mí para que la dome. Pero no soy domador ni un quebrantador de
voluntades, solo me place cabalgar con los espíritus y montando en ellos,
llegar muy lejos.
En cambio mi
locura, mi bienamada locura, al permanecer conmigo pudo llevarme aún más lejos;
con ella he recorrido muchas montañas y me ha enseñado ha mirarla como una
puerta que lleva a lo impensable y como una artesana de los valores invertidos.
Entonces no solo he aprendido de ella, sino también he comprendido como vivir
con ella, y finalmente ahora, no entendería como vivir sin ella.
Era ciertamente
una hora oscura, pero le habían precedido los momentos más luminosos. Y ahora
bendecía a sus pies que lo subieron a la nave que lo trajo hasta aquí.
Aun cuando,
el desconcierto del momento no le dejaba entender que había detrás del
horizonte, ya había advertido que sus ojos debían dejar atrás un mediodía, para
buscar otro que le sucediese. Con el peso de su corazón partido, intentó reunir
todas las fuerzas posibles en sus puños para tomar su cayado y retomar su
camino, que de nuevo se le ofrecía expectante como un compañero al que había
descuidado.
- Un nuevo
camino, Pero… ¡Ya he estado aquí!; en verdad tantas veces que no hay memoria
posible para traerlas al presente. Es un nuevo retorno en mi eternidad -
* Hacia El Oeste
Andando a
través de una muy extensa pradera, dirigiéndose al oeste, se encontró con un
campamento, cuyos hombres y mujeres le recordaban donde había permanecido hasta
unos días atrás; gente de carácter muy amable. Y también fue bien recibido por
ellos, por lo que se quedó a comer esa noche. Y cuando armaron la sobremesa se
pusieron los hombres de largas barbas a hablar sobre el bien y también sobre el
mal. Entre los humos de sus pipas y el resplandor del tabaco encendido, todos
opinaban y parecían estar de acuerdo en lo que era malo, pero les costaba
llegar a precisar que exactamente era lo bueno, y había discordancia entre
ellos.
Recordando su
primera experiencia en estas tierras, Zaratustra se excusó para ir a dormir.
Pero uno de los ancianos que dirigía la charla, lo retuvo con una solicitud:
- Nos
agradaría mucho y nos sentiríamos honrados que nuestro invitado comparta con
nosotros su opinión sobre estas cuestiones, ya que no hemos escuchado de él
ninguna palabra todavía -
Viéndose
obligado, Zaratustra dijo:
-
Seguramente, no querréis perder vuestro tiempo en los comentarios de alguien
que solo es un ermitaño en estas tierras que no haya donde recostar su cabeza.
La noche ya está fría para que os enfríe con mis pensamientos. -
- ¡Ahh! ¡Veis
entonces que el hombre piensa y posee opiniones! Démosle un lugar más calido
cerca del fuego, para que nos acerque ese frío del que nos ha advertido - dijo
el anciano en tono desafiante.
Zaratustra se
acercó erguido al fuego y con vos pausada dijo:
- No hay en
el mundo nada que pueda ser tan malo como el diablo y aun así es el más útil de
los espíritus, porque después de su visita los hombres buscan más afanosamente
y encuentran provechosas respuestas para su alma. Y no hay nada tan bueno como
el agua fresca para la vida, y tan inútil para una noche de invierno, como
esta.
Os relataré
la historia de un viejo remendón, que debía partir inmediatamente hacia una
lejana tierra y entendió que no volvería a ver más a sus hijos. Entonces quiso
confeccionar para ellos, unas tablas de valores, porque quiso dejarles algo de su
sabiduría y alguna guía para sus vidas. Con esmero se puso a trabajar un cuero,
para estampar allí su decálogo de preceptos que guiarían a aquellos a quienes
más quería.
Y así tan
satisfecho quedó con su obra que, con premura citó a todos a su casa para poder
hablar y entregarles su preciosa tabla.
Una vez que
todos estuvieron en las mesas, nuestro hombre, desconcertado consigo mismo, ahí
mismo se dio cuenta de su gran torpeza, pues solo había hecho una sola tabla,
para sus diez hijos. No había tiempo para hacer tantas otras. El hombre no
quería dejar para más la situación, y mucho menos fracasar la reunión. Así que
se puso a pensar improvisadamente mientras como buen anfitrión, les servía sus
platos.
¿Qué podría
hacer o decir sin dejarles un testamento visible como había planeado? Decidió
dejar para los postres su presentación, mientras elaboraba una solución al
conflicto.
Finalmente,
encontró que la mejor salida, era ser completamente honesto y compartirles toda
esta experiencia tal cual fue. Así ocurrió, y les dijo:
- Hijos míos,
a quienes amo. Hoy no podrá ocurrir lo que tenía pensado para vosotros porque
mi largo camino, me ha dejado señales que quería que aprovechaseis. Pero mi
precipitada ansiedad arruinó lo que había elaborado. Hoy pensaba dejarles como
mi herencia una guía para vuestros pasos como ésta que trabajé sobre este
cuero, pero mi mente senil omitió de hacer una para cada uno de vosotros. Hoy
no podré dejar nada delante de vuestros ojos que os ayude en los días que vienen,
porque mi torpeza lo ha impedido.
- ¡Padre! -
interrumpió su hijo más prudente, - ¿Es que tendremos que recorrer nosotros tu
mismo camino una vez más? ¿Acaso no nos hubieses mentido, si nos hubieses dado
consejos anticipadamente al camino que todavía no hemos siquiera comenzado a
transitar? ¿Cómo podrías tu saber hoy con lo que nos encontraremos mañana cada
uno de nosotros? Pues así como hoy has resuelto satisfactoriamente tu dilema
con tu espontaneidad y veracidad, que nos parece ser una mejor y una buena
herramienta para los conflictos, ¿No es una señal que así deberemos resolver
nosotros los acertijos de un modo análogo, espontáneamente y con veracidad? ¿Y
no crees que sea lo único que podemos hacer para no equivocarnos? -
Y cuando hubo
concluido su historia Zaratustra agregó: - Hasta las analogías más cercanas,
son bien diferentes. Si hubiera dos cosas muy iguales, es porque serían la
misma cosa. Nada es igual sino y apenas a si mismo -
Uno de los
ancianos se levanto de su asiento y con visible enojo replicó a Zaratustra,
diciéndole que estaba a punto de demostrar su hipótesis con una blasfemia. -
¿Porque, que mejor demostración de amor que una tabla para no tropezar en el
camino? ¿Y esa tabla de valores que el hombre necesita para no tropezar, no es
acaso nuestra moral? - Y como un pastor muy necesitado de rebaño, dijo más
cosas que pueden ser obviadas para este relato.
A la vez Zaratustra
usando su voz más suave y seductora, como si fuera un viejo y astuto pastor,
uso su derecho concedido y dijo:
- Os diré,
que para quien naufraga en mares inciertos, es cierto que una tabla puede
salvar su vida. Pero para quien las olas y los abismos son conocidos, las
tablas son lastres pesados que le impiden llegar más allá de los límites. Por
eso yo os ofrezco la más ligera de todas las tablas, que es el espíritu, y la
más clara de todas las metas… eso es el superhombre. Porque quien decida llegar
a costas lejanas, deberá atravesar no uno sino muchos límites, y romper muchas
tablas.
Muchas
moralidades han arrastrado desde lejanos mares a las costas del mundo,
demasiada inmoralidad. Detrás de las cruces siempre he encontrado agazapadas
arañas tejiendo sus telas de impiedad. Lo que mas pesa de vuestras tablas no es
el material, la piedra saqueada de los templos que arruinasteis, sino la sangre
que sobre ella habéis ofrendado a vuestros sanguinarios Dioses. Esas son las
tablas que se hunden.
Ya os advertí
del frío de mis pensamientos, conociendo el calor de vuestra hoguera, que es en
la que se queman todas las blasfemias. Pero el frío que os propongo es el calor
de mi hoguera, que es donde se queman todas las tablas. -
Así fue que
una vez más Zaratustra fue expulsado prestamente de un campamento de hombres
buenos y justos. Y el rápidamente recobró su libertad, que es la de quien
camina ligero de cargas.
Y pensando
para sí, recordó lo que en otras oportunidades concluyó sobre los hombres que
dicen de si mismos “ser buenos y justos”:
- No mienten al
llamarse “buenos”; mienten en decir que “son”. Porque aun la basura y todos los
desperdicios tienen su tiempo de bondad, porque asumen un tiempo para ser útil
y otro de inutilidad. Lo que determina a la vida es su dinamismo, y lo estático
determina la muerte; entonces cuando dicen “ser” se autodefinen como cadáveres,
porque los muertos “son” pero los vivos “están”
* Renacimiento y Nuevo Nacimiento
Por muchos
poblados y demasiados valles anduvo Zaratustra, buscando las huellas del León y
esa sensación de plenitud que se había generado en su antigua caverna. Pero a
medida que andaba, los pueblos se tornaban hostiles hacia él, por eso lo
apremiaba y acompañaba en su viaje un sentimiento creciente de insuficiencia y
lejanía.
- Este penoso
camino le ha enseñado a mis pies a transitar ligero, por encima de los hombres
y sus cosas. Si bien hacia mucho que lo había entendido, he finalmente arribado
a no confundirme con los hombres, aquellos que se aproximan a mi pero no lo
suficientemente cerca, estos son los más lejanos.
Porque el
hombre ha sufrido una renovación, pero la ha llamado renacimiento. Pero ahora lo
que necesita es nacer de nuevo. Una renovación es solo un despertar, pero… el
que nace entra en un mundo nuevo, y muere en el anterior. El que despierta es
porque ha estado dormido, pero el que nace es fruto de una nueva y diferente
concepción.
El hombre
nuevo es el superhombre. El anterior, el que ha despertado es simplemente el
puente entre un hombre empequeñecido y el superhombre.
Esto es la
doctrina de la tierra, la del cuerpo, la que nadie equivocadamente llamará
transmundana. Hasta hoy los que despreciaron el cuerpo y la tierra en pro de
una neblina que llamaron cielo. Pero ese cielo, como sinónimo de lo perfecto
resulta demasiado volátil y neblinoso para los espíritus más constituidos y
mejor alimentados, exigentes de resultados más establecidos y mejor
sustentados.
El hombre no
recibe un cielo como premio a su virtud, lo construye como una demostración de
su sacralidad. Y no construye en un desierto abstracto, sino que lo construye
en su tierra. Rey es aquel que así conquista la tierra para construir con su
estirpe.
Un cielo no
es la premiación de quien llega a la meta, donde todos, más tarde o más
temprano pueden llegar; es la conquista después de una lucha para llegar a ese
centro uterino, a esa matriz de la tierra y fecundarla. Para que la tierra
pueda preñarse de una estirpe de guerreros victoriosos. Porque el honor del
guerrero no está en el campo de batalla sino en la victoria.
Los dioses se
han reservado ya demasiado tiempo en sus nebulosos paraísos, y la tierra también
extraña sus héroes, porque saturada está ya de mártires. Muchos muertos han
acumulado una montaña, ahora es necesario quien la suba. Es la hora de la
conquista de la tierra y de la gestación en un Olimpo. Pero todavía hoy,
gobierna la plebe de hombres empequeñecidos. Esta tierra padece aun su
invierno. Entonces habrá que buscar el mediodía, pues este sol que se ha
inclinado sobre su ocaso, no calienta lo suficiente - Y así dijo y encaminó su
andar hacia el sur.
Esto también dijo Zaratustra
[1] Extracto De la virtud que hace regalos - Así hablaba Zaratustra
[2] De los
apostatas - Así hablaba Zaratustra
[3] PRIMER SUEÑO: ¿Había yo soñado, pues? ¿Me
había despertado? De repente me encontré entre peñascos salvajes, solo,
abandonado, en el más desierto claro de luna. ¡Pero allí yacía por tierra un
hombre! ¡Y allí! El perro saltando, con el pelo erizado, gimiendo; ahora él me
veía venir y entonces aulló de nuevo, gritó. ¿Había yo oído alguna vez a un
perro gritar así pidiendo socorro? Y, en verdad, lo que vi no lo había visto
nunca.
Vi a un joven pastor retorciéndose,
ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una
pesada serpiente negra. ¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido
espanto en un solo rostro? Sin duda se había dormido. Y entonces la serpiente
se deslizó en su garganta y se aferraba a ella mordiendo. Mi mano tiró de la
serpiente, tiró y tiró, ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces se
me escapó un grito: ¡Muerde! ¡Muerde! ¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde! éste fue
el grito que de mí se escapó, mi horror, mi odio, mi náusea, mi lástima, todas
mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito.
¡Vosotros, hombres audaces que me
rodeáis! ¡Vosotros, buscadores, indagadores, y quienquiera de vosotros que se
haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados! ¡Vosotros, que gozáis con
enigmas!
¡Resolvedme, pues, el enigma que yo
contemplé entonces, interpretadme la visión del más solitario!. Pues fue una
visión y una previsión: ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el que
algún día tiene que venir aún?
¿Quién es el pastor a quien la serpiente
se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el hombre a quien todas las cosas más
pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
Pero el pastor mordió, tal como se lo
aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza de la
serpiente y se puso en pie de un salto. Ya no pastor, ya no hombre, ¡un
transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído
hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era
risa de hombre, y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca. Mi
anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo
soportaría el morir ahora! - De la visión y el enigma -
Así hablaba Zaratustra
[4] El grito de socorro - Así hablaba Zaratustra; 1En.CIII:14; CIV:3; 3En.XIII:44;
Eze.19:1-4; Hab.1:1-2; Gilgamesh
pags. 32-35, 57; - La visión y el enigma - Así hablo Zaratustra (Pag163)
[5] El grito de socorro:3 - Así hablaba Zaratustra
[6] El grito de socorro: 14-16 - Así hablaba Zaratustra
[7] El grito de socorro: 8-11 - Así hablaba Zaratustra
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