Del Amor que Redime

- Quisiera contestaros hermanos míos, pero ahora se me antoja bailar, porque hasta aquí han llegado con música y poesía pero ninguno ha llegado a vosotros como danzarín. Por eso os ruego que me disculpéis, pero mi alma, demasiado inquieta para sentarse en este momento, me lleva a las alturas donde el espíritu baila y solo la danza mantiene el equilibrio.

Oh hombres, ¿Nunca sentisteis el estremecimiento en vuestro pecho, y el deseo de cantar la canción del amor que redime? ¿No habéis todavía experimentado la liviandad de la pluma, en vuestros pies, ese torbellino que eleva por sobre las cumbres más frías congelando para vosotros las imágenes más escurridizas? Porque solo en esa altura se pueden espesar todas las cosas que se escapan a las torpes garras de los depredadores.

¿No habéis recibido todavía en vuestro rostro la imagen de aquel a quien aspiráis? ¿Podéis sentir esto ahora? -


Párrafo Del Amor que Redime en Capitulo 7

CAPITULO 8

CAPITULO 8


* Desembarco


Un vez más, tal como sucedía siempre en su vida no había nadie allí para recibirlo, tal vez porque solo se puede recibir aquello para lo que se haya un lugar.
Mirando tras una arboleda y hacia los cerros, se veía el fin de los reflejos matinales. Con un vibrante brillo de novedosos colores, se formaba una aureola envolvente, cargada de pequeños destellos, una diáfana claridad de una atmósfera virgen y de ese aire en cópula con el sol que jamás había observado antes. Una sensación de mediodía glorioso le daba una bienvenida, que contrastaba con la imagen de los hombres que trabajaban industriosa y afanosamente bajo el sol y a las mujeres que parloteaban a la sombra de viejos robles, mientras cocinaban las viandas; la misma imagen de hombres y mujeres que había dejado tras de él, pero con un ligera energía renovada que se expresaba en sonrisas y cantos.
Más allá de esa nueva imagen esperanzadora se recriminaba tener que descender y empezar a transitar nuevamente. Recostando su espalda sobre una vieja acacia, el sopor de la siesta le hablo a su alma de caminante:

Pobre alma mía la que siempre me has bendecido,
Y que siempre te he bendecido,
Dime ¿Porque?
En esta hora en que todo duerme,
no hay reposo para nuestros pies
¿Porque?
¿Cuando el mundo se retuerce en bostezos
El ruido de nuestras botas,
las de cuero rudo y suelas gruesas,
no perturba las somnolencias, ni puede subvertir
los letargos del espíritu, de tanta pesadez?

Al punto, en medio del adormecimiento y el aturdimiento que le provocaba ese espíritu esquivo, mientras acababa estos precipitados versos, una voz socarrona le trajo nuevamente:
- ¡Oh Zaratustra! finalmente has llegado hasta aquí, a este lugar bendito, a tus islas afortunadas y al país de tus hijos.  Definitivamente has conseguido tu objetivo, y has logrado el premio de tu trajinar -
- ¡Cállate, espíritu de las mediocridades! Si quisiera yo de tu bendición e invocara de tu augurio, es porque entonces sí estaría necesitado de mi propia alma. Mis Islas y mi Mediodía, no es algo que la mediocridad puede percibir, ni es tampoco un bocado para estómagos delicados -
-"Mil senderos existen que aún no han sido nunca recorridos; mil formas de salud y mil ocultas islas de la vida. Inagotados y no descubiertos continúan siendo siempre para mí el hombre y la tierra del hombre.
¡Vigilad y escuchad, solitarios! Del futuro llegan vientos con secretos aleteos; y a oídos delicados se dirige la buena nueva. Vosotros los solitarios de hoy, vosotros los apartados, un día debéis ser un pueblo, de vosotros que os habéis elegido a vosotros mismos, debe surgir un día un pueblo elegido y de él, el superhombre.
¡En verdad, en un lugar de curación debe transformarse todavía la tierra! ¡Y ya la envuelve un nuevo aroma, que trae salud, - y una nueva esperanza!" [1] -
Así Zaratustra se encontraba caminando fuera de sus montañas, en nuevas montañas. Todavía se requería a si mismo entender tal cambio. De una cosa estaba seguro, había en esta tierra un evocación de cosas nuevas, que aun pareciéndose a las viejas estaban cubiertas por un nuevo enigma, superior a los que ya había desentrañado. El desafío le precedía, y él se había convertido en la sombra de su propia sombra.
Aun cuando su anhelo siempre fue el sur y su gran objetivo el mediodía, al principio decidió quedarse en el norte, especialmente porque se aproximaba el invierno.


* En La fiesta De Los Buenos


Entrando en un poblado, donde había una fiesta de sus pobladores, que divididos en grupos festejaban ser lo mejor de los hombres, los buenos y justos. Se acercó a una de estas reuniones, de quienes parecían los principales del pueblo y que charlaban sobre el valor de las palabras. Inocentemente le pareció bueno estar allí entre ellos y relajándose sobre una gran piedra y apoyándose en su cayado, se vio en medio de sus comentarios, pues uno de los parroquianos preguntaba si todas las palabras eran buenas. Entonces Zaratustra entusiasmado por la profundidad de tal pregunta, se adelantó y dijo:
- Hay palabras que son pesadas, y otras que vuelan. Las que vuelan están lejos de los pies pesados de barro y del alcance de las garras lascivas más impunes. No hay escaleras para llegar donde estas águilas vuelan. Mirando por sobre todos los mortales esperan el gran mediodía, para descender como el rocío de un nuevo amanecer. Miran y esperan, para descender sobre su presa, que precisamente son aquellos que quieren apresarlas. Aves carnívoras de apetito voraz, que aletean en los gallineros, porque de alas cortas impedidas de vuelo, miran de soslayo al cielo para proseguir la carnicería -
Advirtiendo el silencio que había generado, prosiguió así:
- Pero este es un día de pocas pero valiosas palabras que cobran su valor ante la ausencia de valor. Yo he venido ha revalorizar, a refundar las palabras y dar su mejor significación a los viejos significados. Para que las palabras dejen de ser juegos y espejos lúdicos de la plebe, y éstas se entronicen finalmente en su aristocracia. Porque os digo que hay que trastocar el sentido que los hombres pequeños dan a todo lo que hablan. Se debe despreciar todo lo que ellos consideran valioso. Aquí ellos llaman poder, al oro de los Tenderos, y se precipitan sobre él para obtener lo que ellos suponen, su hora de poder. Llaman justicia a los desequilibrios y paz a las imposiciones, y para ello sostienen en alto las manos más impías, que son las que parecen más pías. Llaman aristocracia a la plebe y nombran sus reyes de los más ineptos, y así echan su alimento a ese dragón dorado que custodia la mediocridad y la decadencia del mundo. Llaman virtuoso a todo lo infecundo y arte a la vanidad, hermoso a lo despreciable y así han trastocado e invertido todos los valores vigentes. Así se enorgullecen de todo lo que degrada y se arropan con vestidos carcomidos por las polillas nocturnas. A lo malo llaman bueno y a lo bueno malo -

Pero entre ellos, uno manifiestamente molesto, dijo:
- Zaratustra no ves que estamos alegres y de festejo, somos felices en nuestro extenso valle y le mostramos a otros hombres nuestra dicha y nuestro dios, para que nos imiten. Pero tú eres un aguafiestas y llegas con discursos de un mundo antiguo del que nos hemos alejado definitivamente. Nosotros somos modernos y viajamos al futuro, no necesitamos de tu palabrería, que de por sí, es dura e indigesta. Por lo tanto seguiremos jugando nuestros juegos. Zaratustra, imitador de dioses envejecidos sigue tu camino y no entorpezcas nuestro progresar, porque así vamos atravesando nuestras montañas y hasta hoy nada lo impide, porque Dios está de nuestro lado -
- Así es como los buenos, mataron a Dios, puesto que son quienes pudieron acercarse más peligrosamente a él - Se decía para sí convencido de que las argumentaciones era comida demasiado fría para estos estómagos acalorados y se levanto de la piedra donde estaba sentado, porque veía en sus rostros el principio de una violenta conspiración en su contra.
Así los dejo en medio de sus deliberaciones para escarmentar al perturbador, y antes de que pudieran echar mano de él, Zaratustra estaba nuevamente sobre los montes que daban cobijo a su andar.


* El Sol en Mediodía


Así fue que anduvo errante mucho tiempo, sin entrar en las poblaciones, que se asemejaban en mucho a los buenos y los justos de esa última experiencia. Este tiempo le sirvió para terminar de entender su nuevo caminar en esta nueva tierra. Multitud de pensamientos se amontonaban y arremolinaban en su mente.
Muchos fueron los días que así anduvo, hasta que llego a una villa de amables campesinos que parecían vivir en una calma tensa y con una armonía inestable. Había una pugna que aun cuando parecía provenir de afuera de la comunidad, al acercarse se podía percibir esa misma inquietud internamente.
Zaratustra fue recibido amablemente y extendieron su invitación para que se quedara, aunque fuera desconocido para ellos. Muchos días con ellos, le permitió entender sus preocupaciones y comprender que estaba entre hombres con disposiciones nuevas, tratando de emerger de entre la mediocridad de los buenos y los justos. Y ese romper con lo viejo era lo que le creaba una tensión adicional a sus afanes. Pero él siempre se mantenía al margen de sus asuntos, para poder entender mejor lo que allí se desarrollaba, porque aun para la amplitud de su espíritu, todo esto resultaba un nuevo enigma.
Aun cuando no comprendía bien, todo lo que provenía de allí lo apabullaba, y penetraba en él con una conmovedora sensación, que lo unía sensible y afectivamente a esta animada colmena. Si era su mucho amor o su mucha tontería, no lo sabía, pero percibía entre ellos esa veneración adolescente que es cercana a los de su especie.[2]

Había allí un gran árbol desconocido, que bajo su frondosa copa desplegaba una cubierta de protección para los hombres y los animales que se reunían en torno a él. Y así se sentía él, cobijado bajo el amparo acogedor de su sombra bienhechora, y se sentaba debajo, en las siestas veraniegas para meditar como solía hacerlo, rumiando su vieja felicidad y una nueva felicidad. Y en uno de esos retiros estivales, mirando hacia el ocaso que se demoraba en llegar, se decía:
- Tanto la felicidad como la verdad, cuando viene amontonada disgusta, así como ahoga la mentira que viene en cuotas. La belleza no es simplemente una manifestación estética, sino el efecto y síntoma de la misma verdad y felicidad, así como toda fealdad es efecto y resultado de un conflicto y mentiras  -
Y allí, con ánimo de no perturbar se sentó junto a él, uno de los hombres que él había estado observando con atención, y que hasta ese momento parecía no advertir la presencia de Zaratustra.
- Parece que quien nunca duda, tampoco nunca puede afirmar - Dijo el hombre, en un tono de amistad explicita.
Nuevamente esa misma sensación de protección se acomodó y se acolchonó en su corazón - ¿Sería el árbol un protector? ¿Podría proteger algo a Zaratustra alguna vez? – así saboreó sus preguntas antes de comenzar el diálogo con quien parecía querer compartir un momento sagrado con aquel a quien lo sacro y lo profano se diferenciaba solo en los colores y sabores.
- Tampoco, a quien es capaz de la duda, no se le impide volver sobre sus pasos - replicó Zaratustra firmemente.
Ambos se miraron y sin asomo de extrañeza se echaron a reír unánimes. Y por un rato largo no podían detener la risa. Esa prolongación, les sirvió para corroborar con sus miradas lo que sus almas palpitaban. Había allí un espíritu fraternal inédito, pero que evocaba sentimientos y reflejos que yacían en sus anhelos. Y de esa risa, parecía irrumpir en borbollones, una ansiedad atascada proveniente de sus pasados.
Ninguno de lo dos se atrevía a romper el encanto de ese momento con nimiedades, ni pregunta superfluas. ¿Porque, que decir en tal trascendente instante?
Fue el hombre, que como anfitrión finalmente resolvió la cuestión invitando a Zaratustra a una cena y charlar en su cabaña.
Así en todo lo que restaba de la tarde y durante toda la noche, se sucedían unos a otros los relatos de ambos, hasta que el nuevo día los fue venciendo sobre la mesa. Y en lo que siguió de las semanas, se buscaban mutuamente como dos adolescentes deseosos de liberar juveniles y anheladas proposiciones.
Era como si todo el universo conspirara para que confluyeran en ese lugar y durante este tiempo, dos torrentes que descienden apasionados de montañas distintas. Dos almas se encontraban, y producían su propia fiesta, un ágape de exquisiteces, carnes selectas y añejos vinos. Un banquete de dioses y de héroes.

Más tarde en la solitaria privacidad de su lugar de dormir, Zaratustra se decía para sí:
- Mi andar me ha procurado un milagro, y mí madurada soledad ha encontrado un igual, un compañero, con el que no hay que ascender ni descender, sino andar y abrir camino. Aun cuando transito hacia una tierra por conocer, aquí mi poderoso azar depositó en mis costas, aquel con quien mi alma puede bailar, compañero de viaje hacia el país de mis hijos. Sabía que no estaba frente al superhombre, pero cuan cerca o cuan lejos era muy difícil de precisar.
¿Era acaso este el lugar donde su camino terminaba? ¿Concluía aquí su andar de eremita, de caminante del desierto? Estas preguntas ocupaban lateralmente, el gozo de compartir con esta gente días sagrados. Algunas de las respuestas fueron ocupando su sitial, a través de estos días. Y así nuevas felicidades y revelaciones llegaron a su alma.
Pero Zaratustra siempre desconfiaba de su dicha, como se debe desconfiar de una vieja prostituta. Por eso se repetía a si mismo con frecuencia – “Toda felicidad llega a su fin, cuando todo emblanquece, cuando el brillo supera los colores, porque ese es el momento preciso de iniciar un ocaso, y así con el sol que prosigue en busca de su aurora, así debe ser con Zaratustra, para continuar siendo quien ilumina”

Una tarde de lluvia y tormenta gris, en ese verano, no pudo allegarse hasta la sombra de su gran árbol, sino que se tendió en su cama, para cumplir con una siesta. No distinguía bien si había sido un soñar o una visión, pero esto lo perturbó. Un sueño ya soñado, que se presentaba ahora como respuesta o un nuevo interrogante sobre un viejo enigma. [3]
Ya no había un perro aullador, que de pronto se transformaba en pastor, sino que la figura del joven tomo la escena, desde el principio. El mismo que la serpiente mordía su garganta y se retorcía. ¿Pero que era esta terrible visión? ¿Por qué lo atormentaba nuevamente?
Pero esta vez algo diferente sucedió de aquel sueño, porque no fue él quien pudo ayudarlo, ni siquiera pudo intentar acercarse. Y así en su desesperación, vio que otro joven apareció esta vez y acercándose al cadáver saco la serpiente de su garganta y fue él quien con sus dientes la descabezó y se la tragó. Luego comenzó a reír de satisfacción desproporcionadamente, hasta que La Luna y El Sol danzaron alrededor de él y no podían dejar de hacerlo; y arrastraron así a todos los astros del cielo y todas las estrellas de la tierra se aprestaron a seguirlo.
A decir verdad, esta visión duró brevemente, pero mucho fue el tiempo que Zaratustra quedo inmóvil en su cama mirando al cielo leyendo entre símbolos y presagios. Y también por mucho tiempo después de esto, con frecuencia volvía sobre este sueño.
Cuando su compañero, el hombre con quien compartía todos los atardeceres, llegó para reunirse, pues la tormenta había ya pasado, cuando encontró a Zaratustra en este rigor se asustó mucho e intentó buscar un médico. Pero incorporándose con esfuerzo, Zaratustra frenó su intención, diciéndole:
- Mi compañero y hermano, a quien mi amor distingue por sobre todos los hombres y por sobre todo; lo que me ha llevado a este espasmo no es algo que tenga que ver conmigo y aunque mucho tiempo este enigma me ha perseguido sin poderlo descifrar, siempre supe que no era por mi, sino por otro. Y hoy entiendo mi querido amigo, que tu eres ese pastor que me ha visitado en estos sueños y tu eres aquel que he visto luchar con un serpiente en su garganta - Y visiblemente apesadumbrado prosiguió relatando en plenitud lo que había soñado la primera y la segunda vez.
Muchas sensaciones acudieron a esta charla, de ambas partes. Pero este hombre cuyo amor por Zaratustra era también de la medida que él recibía, le dijo irguiéndose sobre sus pies:
- Mi noble amigo, aunque no haya soñado con esta situación precisamente, mucho he temido por esto, y no por mi mismo, sino por lo que podría dejar inconcluso. Pero lejos de apesadumbrarme tu visión, me reconforta entender tu símbolo, que es nuestro símbolo, el de Aquel que algún día tiene que venir. Pero con respecto a mí, no tengo nada que me preocupe, y tal como dijo alguna vez el viejo Zaratustra: -"Demasiadas cosas se me han aclarado: y ahora nada me importa ya. Nada vive ya que yo ame, - ¿cómo iba a continuar amándome a mí mismo?"-
- No llores ni te aflijas por quien sabe cuando es tiempo de ocaso. ¿O es que tu mismo no lo entiendes? Vamos que nos queda tiempo para festejar antes de la noche - Y esa misma madrugada después que cantó el primer gallo, su amigo fue negado tres veces y entregado por su propia gente y así marchó a su destino.

De nuevo el grito aquel que lo estremeciese en su piedra delante de su caverna [4], apareció aquí como una crueldad desgarrante. Claramente comenzó a entender, que aquel era un grito que había cruzado el abismo para anticiparle este momento. Ese era el presagio que lo había angustiado. El largo lamento de un compañero, el clamor del hombre superior, que ahora cobraba verdadera dimensión de realidad en esa triste noche.
Por supuesto que no podía hacer nada, ni debía hacerlo, su corazón desgarrado solo podía ser testigo y con dificultad comprender lo que allí sucedía. Tal vez uno de los momentos más difíciles para un hombre que con su corazón de diamante, podía cortar  las más espesa lobreguez.
Era un ocaso, un crepúsculo. El sacrificio solar de un viejo dios egipcio en el horizonte de los pequeños hombres. Una plebe enfurecida contra un astro en soledad, en la más solitaria hora de la noche. Ese grito que desgarraba, ese grito que quemaba la piel de frío, la escarcha nocturna que volvía sobre Zaratustra. No era el grito llegando a Zaratustra, ahora era él llegando al grito.
¿Y de que servía estar allí, si no podía ayudar? ¿Qué era esta extraña forma de tormento? Predecir y vivirlo. Muchas veces él mismo se ofrecía en holocausto a toda causa, pero hoy no entendía ese sadismo. Creía que algo de locura se apoderaba de su mente, todo le parecía por momentos, absurdo y sin sentido, el mundo era locura.
Cuando extenuado por el dolor, su cansancio pudo hallar un descanso bajo la sombra de su gran árbol, y mientras se adormecía comenzó a recordar como entre brumosas nubes al adivino, que había anunciado la gran fatiga y vaticinaba malos presagios y rayos cenicientos, cuando le dijo: - "Todo es idéntico, nada vale la pena, el mundo carece de sentido, el saber estrangula" -[5] Y se dibujaba en su mente en letras crecientemente claras lo que había predicho:
-  "¿Oyes? ¿Oyes, Zaratustra? - exclamó el adivino - Ese grito es para ti, a ti es a quien llama, ¡ven, ven, ven, es tiempo, ya ha llegado la hora!- Zaratustra callaba, desconcertado y trastornado. Finalmente preguntó como quien vacila en su interior: 
- ¿Y quién es el que allí me llama? -
- Tú lo sabes bien - respondió con violencia el adivino - ¿por qué te escondes? ¡El hombre superior es quien grita llamándote!"[6] -

Mascullando con impotencia tan terrible correlato, pues en su momento no había creído algo de este, que ahora comprobaba, recorría como una energía vital en su médula los recuerdos de aquel dialogo profético.
- "Quien quiera que seas o quieras ser, oh Zaratustra, lo has sido ya mucho tiempo aquí arriba, ¡dentro de poco no estará ya tu barca en seco! -
- ¿Es que yo estoy en seco? - preguntó Zaratustra riendo.
- Las olas en torno a tu montaña, respondió el adivino, suben cada vez más, las olas de la gran necesidad y tribulación pronto levantarán también tu barca y te llevarán lejos de aquí - Zaratustra calló al oír esto y se maravilló.
- ¿No oyes todavía nada? - continuó diciendo el adivino - ¿no suben de la profundidad un fragor y un rugido? -
Zaratustra siguió callado y escuchó, porque entonces oyó un grito largo, largo, que los abismos se lanzaban unos a otros y se devolvían, pues ninguno quería retenerlo, tan funestamente resonaba.
- Tú, perverso adivino -  dijo finalmente Zaratustra - eso es un grito de socorro y un grito de hombre, y sin duda viene de un negro mar - [7]


* El mundo es locura


Principiando a componerse del trance de su involuntaria epifanía, Zaratustra, se dijo:
- La locura del mundo es su belleza, porque la plebe, llama cuerdo al hombre pequeño ennegreciendo la razón. Entonces hasta lo bello del mundo está bien loco. Por eso hoy hago un pacto con la locura mía y con la de todos. No la agrediré aun cuando me ataque. Porque finalmente he entendido que llevarse bien con la locura es indispensable para no volverse loco.
No es hacer una apología, sino hacer de ella una aliada. Aunque compañera infiel del espíritu, cuando compartes su lecho, ella se entrega a si misma en extravíos amorosos y frenesíes escabrosos. Y aun cuando pareciese que no regala virtudes, porque es la más egoísta de las mujeres, de su exuberancia, de esa profusa abundancia disonante se derraman pequeñas notas, las más armónicas.
Porque mucho de ella es inocente y me enternece, me ha convencido de quererla y protegerla, aun cuando sé que acoger animales salvajes es cobijar desiertos.
Mucha locura ha llegado a mí para que la dome. Pero no soy domador ni un quebrantador de voluntades, solo me place cabalgar con los espíritus y montando en ellos, llegar muy lejos.
En cambio mi locura, mi bienamada locura, al permanecer conmigo pudo llevarme aún más lejos; con ella he recorrido muchas montañas y me ha enseñado ha mirarla como una puerta que lleva a lo impensable y como una artesana de los valores invertidos. Entonces no solo he aprendido de ella, sino también he comprendido como vivir con ella, y finalmente ahora, no entendería como vivir sin ella.

Era ciertamente una hora oscura, pero le habían precedido los momentos más luminosos. Y ahora bendecía a sus pies que lo subieron a la nave que lo trajo hasta aquí.
Aun cuando, el desconcierto del momento no le dejaba entender que había detrás del horizonte, ya había advertido que sus ojos debían dejar atrás un mediodía, para buscar otro que le sucediese. Con el peso de su corazón partido, intentó reunir todas las fuerzas posibles en sus puños para tomar su cayado y retomar su camino, que de nuevo se le ofrecía expectante como un compañero al que había descuidado.
- Un nuevo camino, Pero… ¡Ya he estado aquí!; en verdad tantas veces que no hay memoria posible para traerlas al presente. Es un nuevo retorno en mi eternidad -


* Hacia El Oeste


Andando a través de una muy extensa pradera, dirigiéndose al oeste, se encontró con un campamento, cuyos hombres y mujeres le recordaban donde había permanecido hasta unos días atrás; gente de carácter muy amable. Y también fue bien recibido por ellos, por lo que se quedó a comer esa noche. Y cuando armaron la sobremesa se pusieron los hombres de largas barbas a hablar sobre el bien y también sobre el mal. Entre los humos de sus pipas y el resplandor del tabaco encendido, todos opinaban y parecían estar de acuerdo en lo que era malo, pero les costaba llegar a precisar que exactamente era lo bueno, y había discordancia entre ellos.
Recordando su primera experiencia en estas tierras, Zaratustra se excusó para ir a dormir. Pero uno de los ancianos que dirigía la charla, lo retuvo con una solicitud:
- Nos agradaría mucho y nos sentiríamos honrados que nuestro invitado comparta con nosotros su opinión sobre estas cuestiones, ya que no hemos escuchado de él ninguna palabra todavía -
Viéndose obligado, Zaratustra dijo:
- Seguramente, no querréis perder vuestro tiempo en los comentarios de alguien que solo es un ermitaño en estas tierras que no haya donde recostar su cabeza. La noche ya está fría para que os enfríe con mis pensamientos. -
- ¡Ahh! ¡Veis entonces que el hombre piensa y posee opiniones! Démosle un lugar más calido cerca del fuego, para que nos acerque ese frío del que nos ha advertido - dijo el anciano en tono desafiante.

Zaratustra se acercó erguido al fuego y con vos pausada dijo:
- No hay en el mundo nada que pueda ser tan malo como el diablo y aun así es el más útil de los espíritus, porque después de su visita los hombres buscan más afanosamente y encuentran provechosas respuestas para su alma. Y no hay nada tan bueno como el agua fresca para la vida, y tan inútil para una noche de invierno, como esta.
Os relataré la historia de un viejo remendón, que debía partir inmediatamente hacia una lejana tierra y entendió que no volvería a ver más a sus hijos. Entonces quiso confeccionar para ellos, unas tablas de valores, porque quiso dejarles algo de su sabiduría y alguna guía para sus vidas. Con esmero se puso a trabajar un cuero, para estampar allí su decálogo de preceptos que guiarían a aquellos a quienes más quería.
Y así tan satisfecho quedó con su obra que, con premura citó a todos a su casa para poder hablar y entregarles su preciosa tabla.
Una vez que todos estuvieron en las mesas, nuestro hombre, desconcertado consigo mismo, ahí mismo se dio cuenta de su gran torpeza, pues solo había hecho una sola tabla, para sus diez hijos. No había tiempo para hacer tantas otras. El hombre no quería dejar para más la situación, y mucho menos fracasar la reunión. Así que se puso a pensar improvisadamente mientras como buen anfitrión, les servía sus platos.
¿Qué podría hacer o decir sin dejarles un testamento visible como había planeado? Decidió dejar para los postres su presentación, mientras elaboraba una solución al conflicto.
Finalmente, encontró que la mejor salida, era ser completamente honesto y compartirles toda esta experiencia tal cual fue. Así ocurrió, y les dijo:
- Hijos míos, a quienes amo. Hoy no podrá ocurrir lo que tenía pensado para vosotros porque mi largo camino, me ha dejado señales que quería que aprovechaseis. Pero mi precipitada ansiedad arruinó lo que había elaborado. Hoy pensaba dejarles como mi herencia una guía para vuestros pasos como ésta que trabajé sobre este cuero, pero mi mente senil omitió de hacer una para cada uno de vosotros. Hoy no podré dejar nada delante de vuestros ojos que os ayude en los días que vienen, porque mi torpeza lo ha impedido.
- ¡Padre! - interrumpió su hijo más prudente, - ¿Es que tendremos que recorrer nosotros tu mismo camino una vez más? ¿Acaso no nos hubieses mentido, si nos hubieses dado consejos anticipadamente al camino que todavía no hemos siquiera comenzado a transitar? ¿Cómo podrías tu saber hoy con lo que nos encontraremos mañana cada uno de nosotros? Pues así como hoy has resuelto satisfactoriamente tu dilema con tu espontaneidad y veracidad, que nos parece ser una mejor y una buena herramienta para los conflictos, ¿No es una señal que así deberemos resolver nosotros los acertijos de un modo análogo, espontáneamente y con veracidad? ¿Y no crees que sea lo único que podemos hacer para no equivocarnos? -
Y cuando hubo concluido su historia Zaratustra agregó: - Hasta las analogías más cercanas, son bien diferentes. Si hubiera dos cosas muy iguales, es porque serían la misma cosa. Nada es igual sino y apenas a si mismo -

Uno de los ancianos se levanto de su asiento y con visible enojo replicó a Zaratustra, diciéndole que estaba a punto de demostrar su hipótesis con una blasfemia. - ¿Porque, que mejor demostración de amor que una tabla para no tropezar en el camino? ¿Y esa tabla de valores que el hombre necesita para no tropezar, no es acaso nuestra moral? - Y como un pastor muy necesitado de rebaño, dijo más cosas que pueden ser obviadas para este relato.
A la vez Zaratustra usando su voz más suave y seductora, como si fuera un viejo y astuto pastor, uso su derecho concedido y dijo:
- Os diré, que para quien naufraga en mares inciertos, es cierto que una tabla puede salvar su vida. Pero para quien las olas y los abismos son conocidos, las tablas son lastres pesados que le impiden llegar más allá de los límites. Por eso yo os ofrezco la más ligera de todas las tablas, que es el espíritu, y la más clara de todas las metas… eso es el superhombre. Porque quien decida llegar a costas lejanas, deberá atravesar no uno sino muchos límites, y romper muchas tablas.
Muchas moralidades han arrastrado desde lejanos mares a las costas del mundo, demasiada inmoralidad. Detrás de las cruces siempre he encontrado agazapadas arañas tejiendo sus telas de impiedad. Lo que mas pesa de vuestras tablas no es el material, la piedra saqueada de los templos que arruinasteis, sino la sangre que sobre ella habéis ofrendado a vuestros sanguinarios Dioses. Esas son las tablas que se hunden.
Ya os advertí del frío de mis pensamientos, conociendo el calor de vuestra hoguera, que es en la que se queman todas las blasfemias. Pero el frío que os propongo es el calor de mi hoguera, que es donde se queman todas las tablas. -

Así fue que una vez más Zaratustra fue expulsado prestamente de un campamento de hombres buenos y justos. Y el rápidamente recobró su libertad, que es la de quien camina ligero de cargas.
Y pensando para sí, recordó lo que en otras oportunidades concluyó sobre los hombres que dicen de si mismos “ser buenos y justos”:
- No mienten al llamarse “buenos”; mienten en decir que “son”. Porque aun la basura y todos los desperdicios tienen su tiempo de bondad, porque asumen un tiempo para ser útil y otro de inutilidad. Lo que determina a la vida es su dinamismo, y lo estático determina la muerte; entonces cuando dicen “ser” se autodefinen como cadáveres, porque los muertos “son” pero los vivos “están”


* Renacimiento y Nuevo Nacimiento


Por muchos poblados y demasiados valles anduvo Zaratustra, buscando las huellas del León y esa sensación de plenitud que se había generado en su antigua caverna. Pero a medida que andaba, los pueblos se tornaban hostiles hacia él, por eso lo apremiaba y acompañaba en su viaje un sentimiento creciente de insuficiencia y lejanía.
- Este penoso camino le ha enseñado a mis pies a transitar ligero, por encima de los hombres y sus cosas. Si bien hacia mucho que lo había entendido, he finalmente arribado a no confundirme con los hombres, aquellos que se aproximan a mi pero no lo suficientemente cerca, estos son los más lejanos.
Porque el hombre ha sufrido una renovación, pero la ha llamado renacimiento. Pero ahora lo que necesita es nacer de nuevo. Una renovación es solo un despertar, pero… el que nace entra en un mundo nuevo, y muere en el anterior. El que despierta es porque ha estado dormido, pero el que nace es fruto de una nueva y diferente concepción. 
El hombre nuevo es el superhombre. El anterior, el que ha despertado es simplemente el puente entre un hombre empequeñecido y el superhombre.
Esto es la doctrina de la tierra, la del cuerpo, la que nadie equivocadamente llamará transmundana. Hasta hoy los que despreciaron el cuerpo y la tierra en pro de una neblina que llamaron cielo. Pero ese cielo, como sinónimo de lo perfecto resulta demasiado volátil y neblinoso para los espíritus más constituidos y mejor alimentados, exigentes de resultados más establecidos y mejor sustentados.
El hombre no recibe un cielo como premio a su virtud, lo construye como una demostración de su sacralidad. Y no construye en un desierto abstracto, sino que lo construye en su tierra. Rey es aquel que así conquista la tierra para construir con su estirpe.
Un cielo no es la premiación de quien llega a la meta, donde todos, más tarde o más temprano pueden llegar; es la conquista después de una lucha para llegar a ese centro uterino, a esa matriz de la tierra y fecundarla. Para que la tierra pueda preñarse de una estirpe de guerreros victoriosos. Porque el honor del guerrero no está en el campo de batalla sino en la victoria.
Los dioses se han reservado ya demasiado tiempo en sus nebulosos paraísos, y la tierra también extraña sus héroes, porque saturada está ya de mártires. Muchos muertos han acumulado una montaña, ahora es necesario quien la suba. Es la hora de la conquista de la tierra y de la gestación en un Olimpo. Pero todavía hoy, gobierna la plebe de hombres empequeñecidos. Esta tierra padece aun su invierno. Entonces habrá que buscar el mediodía, pues este sol que se ha inclinado sobre su ocaso, no calienta lo suficiente - Y así dijo y encaminó su andar hacia el sur.

Esto también dijo Zaratustra




[1]     Extracto De la virtud que hace regalos - Así hablaba Zaratustra
[2]      De los apostatas - Así hablaba Zaratustra
[3]     PRIMER SUEÑO: ¿Había yo soñado, pues? ¿Me había despertado? De repente me encontré entre peñascos salvajes, solo, abandonado, en el más desierto claro de luna. ¡Pero allí yacía por tierra un hombre! ¡Y allí! El perro saltando, con el pelo erizado, gimiendo; ahora él me veía venir y entonces aulló de nuevo, gritó. ¿Había yo oído alguna vez a un perro gritar así pidiendo socorro? Y, en verdad, lo que vi no lo había visto nunca.
Vi a un joven pastor retorciéndose, ahogándose, convulso, con el rostro descompuesto, de cuya boca colgaba una pesada serpiente negra. ¿Había visto yo alguna vez tanto asco y tanto lívido espanto en un solo rostro? Sin duda se había dormido. Y entonces la serpiente se deslizó en su garganta y se aferraba a ella mordiendo. Mi mano tiró de la serpiente, tiró y tiró, ¡en vano! No conseguí arrancarla de allí. Entonces se me escapó un grito: ¡Muerde! ¡Muerde! ¡Arráncale la cabeza! ¡Muerde! éste fue el grito que de mí se escapó, mi horror, mi odio, mi náusea, mi lástima, todas mis cosas buenas y malas gritaban en mí con un solo grito.
¡Vosotros, hombres audaces que me rodeáis! ¡Vosotros, buscadores, indagadores, y quienquiera de vosotros que se haya lanzado con velas astutas a mares inexplorados! ¡Vosotros, que gozáis con enigmas!
¡Resolvedme, pues, el enigma que yo contemplé entonces, interpretadme la visión del más solitario!. Pues fue una visión y una previsión: ¿qué vi yo entonces en símbolo? ¿Y quién es el que algún día tiene que venir aún?   
¿Quién es el pastor a quien la serpiente se le introdujo en la garganta? ¿Quién es el hombre a quien todas las cosas más pesadas, más negras, se le introducirán así en la garganta?
Pero el pastor mordió, tal como se lo aconsejó mi grito; ¡dio un buen mordisco! Lejos de sí escupió la cabeza de la serpiente y se puso en pie de un salto. Ya no pastor, ya no hombre, ¡un transfigurado, iluminado, que reía! ¡Nunca antes en la tierra había reído hombre alguno como él rió!
Oh hermanos míos, oí una risa que no era risa de hombre, y ahora me devora una sed, un anhelo que nunca se aplaca. Mi anhelo de esa risa me devora: ¡oh, cómo soporto el vivir aún! ¡Y cómo soportaría el morir ahora! - De la visión y el enigma - Así hablaba Zaratustra
[4]     El grito de socorro -  Así hablaba Zaratustra; 1En.CIII:14; CIV:3; 3En.XIII:44; Eze.19:1-4; Hab.1:1-2; Gilgamesh pags. 32-35, 57;  - La visión y el enigma - Así hablo Zaratustra (Pag163)

[5]  El grito de socorro:3 -  Así hablaba Zaratustra
[6]     El grito de socorro: 14-16 -  Así hablaba Zaratustra
[7]     El grito de socorro: 8-11 -  Así hablaba Zaratustra

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