CAPITULO 4
* En La Taberna De Los Hombres
Después de
seguir por un trecho bastante escarpado, pudo divisar una aldea y en su primer
entorno una taberna, donde las luces internas de los faroles presagiaban comida
caliente y un buen vino cerca del calor de un hogar.
Esta taberna,
era el refugio que este camino proporcionaba a los hombres, donde se reunían
periódicamente y se producían allí acalorados debates entre ellos sobre como
vencer a las mujeres del camino, aun cuando estos nunca culminaban en
soluciones eficaces.
Una vez
dentro, sintió la presencia de hombres expectantes cargados de anhelos en su
alma, y que el pensamiento de Zaratustra no pudo dejar de percibir. Tuvo que esforzarse
a no relacionar estos con los hombres superiores que llegaron a su caverna, pues
no quería dejar que esta impresión definiera la esperanza sobre estos hombres.
Porque él sabía muy bien que los hombres seducen y luego defraudan sus propias
expectativas; porque el hombre no es una meta, sino el transito hacia algo
superior.
Porque el superhombre
es como una ciudad construida en el desierto, abundante en bienes, y cuyo
acceso es estrecho y abrupto porque a la izquierda de él hay un abismo y a la
derecha, fuego. Y entre el fuego y el abismo esta senda tiene el ancho justo
para el paso de un solo hombre. Y si se diere esta ciudad en herencia a un
hombre, ¿cómo podría tomar posesión de su bien si no pasa por este lugar
peligroso?[1].
Así de dificultosa era la perspectiva de Zaratustra sobre los hombres.
Al
reconocerlo, como si le estuvieran esperando, los que allí estaban, después de
algunas discusiones internas se acercaron temerosa y lentamente hasta su mesa y
tímidamente propusieron un dialogo.
Notoriamente
avergonzados de sus borracheras, cada uno intentaba hacer a un lado su propia
ebriedad. Uno de ellos, probablemente el más sobrio, fue quien representando al
grupo dijo: - Hemos escuchado de ti muchos relatos pero terminamos suponiendo
que eran solo fábulas o delirantes ficciones de mentes ociosas. Aun hemos
llegado a conocer y creer en alguien que se decía tu discípulo, y que luego
entendimos como un fraude. Es a quien llamamos "El mono de
Zaratustra", apodo que luego se extendió por las montañas.
Aun al verte
aquí tenemos muchas dudas que tu seas el Zaratustra que esperamos, pero hemos escuchado
el alboroto de las mujeres en las aldeas vecinas nombrándote, muchas de ellas
mencionándote como un demonio. Nos asedian muchas preguntas y por eso nos hemos
puesto de acuerdo en escuchar de tu propia boca tu doctrina y juzgar por
nosotros mismos. -
Con
complacencia Zaratustra se dirigió a ellos. - Me halaga mucho vuestra
embriaguez y no me avergüenza, porque los sobrios son los que han ideado un
estado de borrachera que si es reprochable y me ofusca porque no los incita a
preguntar ni acercarse y a no ruborizarse por ello.
En cambio
vuestra embriaguez es el refugio al que acude hoy vuestra nobleza que os acerca
a mí. La de ellos es la que los aleja, porque es una ebriedad de licores
intensos, de potentes narcóticos y de poderosos somníferos que los mantienen en
un letargo permanente. Por eso es que he recomendado el vino para las cenas y
los banquetes.
La buena mesa
alimenta el alma de quien va a la guerra. Aunque no os puedo considerar
guerreros, porque todavía hombres anhelantes os faltan armas y aun no estáis
listos para el bautismo de fuego[2]. Quien este
dispuesto a llegar tan lejos, todavía le quedaran mucho recorrido para concluir
su camino. Por eso os invito a mi comida, para que el día de mañana encuentre a
vuestros vientres mejor alimentados para tan extenso camino.
* Sobre El Súper Hombre
- Háblanos
sobre el superhombre, y dinos que debemos hacer para encontrarlo -
Interrumpieron casi al unísono y ansiosamente los que allí estaban.
Tomando su
palabra Zaratustra les dijo:
- Hace mucho tiempo
dije que hay un puente al superhombre y que ese puente es el hombre. [3]
Ese hombre
que habla sin entender, que rebusca sus palabras entre brumas, precedidos por
un tenue vislumbre, ese es el que es nada más que un puente.
Y ese
transito nebuloso y desconocido sobre el puente se llama espíritu[4]. Por eso digo
que hay una nueva estrategia, la del bailarín más sutil de todos. Y el bailarín
de las alas más ligeras para llegar al superhombre es el espíritu.
Aunque muchos
hablan y otros intentan hablar de él, el superhombre solo es conocido por quien
transite danzando y riendo por ese puente, y por quien finalmente se precipite
en el abismo que ese puente debe evitar. Un puente que solo el hombre puede
cruzar, y una profundidad que solo un hombre puede escrutar. Por eso es que él
mismo deberá ser el puente y su barandal.
Entonces y
solo entonces quien cruce y llegue a orillas ahora desconocidas, podrá crear
nuevos valores. Aquel que pueda romper las viejas tablas, aquellas que están
protegidos por el sobrevuelo continuo de los dragones [5]
más celosos y por la custodia persistente de los antiguos demonios de los
abismos, ese es el forjador de nuevas exactitudes. Ese no es un hombre en el
futuro, es un hombre presente que aun se halla en ese cruzar de puente. El
superhombre no es una superación del hombre presente, sino una restauración de
algo que se fragmentó, dispersado y disgregado de su memoria. Sin embargo no es
una enmienda sino una creación, un vino nuevo en un recipiente nuevo [6].
Llegar hasta
él, no es un trajinar pesado de pensamientos esmerados, ni una estrategia
cuidadosa de cofradía. Lo que lleva al superhombre es una enfermiza pulsación
individual, y la regocijada locura de un espíritu que se mueve sobre el agua y
la perturba. Un dios único en el principio, en el génesis y en la agitación
solitaria de un arroyo que lentamente desciende entre las piedras de su
montaña, y que luego, desistiendo de toda ribera se precipita frenéticamente,
golpeándose y golpeando contra las rocas sin tregua hacia sus profundidades. Y
finalmente torna todo su furor en un reposo, una pasión desbordada que se
aplaca cuando apaciblemente alimenta un mar, pero inquietándolo
subrepticiamente concluye convirtiéndose en el propio mar.[7]
El
superhombre no resulta de una evolución ni de ningún crecimiento, sino que nace
en la furiosa interrupción de una caída y de una brusca expulsión de la decadencia
de su matriz, es la irrupción violenta que surge de un caos inédito y velado.
Es un estremecimiento en el seno de la tierra, una convulsión del mundo
interno, una conmoción por la colisión subterránea entre la voluntad de una
tierra nueva que necesita irrumpir y un mar antiguo propuesto a abismarla.
Es la batalla
de consumación entre lo que debe ser y lo que está. Entre lo que ya no puede
estar, porque nunca termino de ser y lo que es indefectible. -
- Llega la
hora del más solitario de todos los hombres y el más esperado. El más
aristocrático de los vasallos. El más noble de todos los siervos. Aquel que
consume en un fuego superior todo lo superfluo, quemando toda honra
despreciable, dejando al desnudo los cuerpos más innobles y desenmascarando lo
plebeyo en la permanente venganza de los señoríos más serviles.
La
preeminencia del superhombre, tiene la consistencia de lo que emerge después de
una paciente gestación. Es el triunfo de una lucha abismal que prevalece sobre
lo más bajo elevándose por sobre las alturas necesarias, como un astro
anhelante de superar el horizonte.
Quien no se
eleve a esa estatura, seguirá padeciendo la tierra en sus pequeñeces y
oscuridades. Quien no arroje tras de si sus pequeñas afirmaciones de la tierra
seguirá siendo solamente una pequeña afirmación.
[2] «Es posible, en verdad, que todos
vosotros seáis hombres superiores, continuó Zaratustra: mas para mí - no sois
bastante altos ni bastante fuertes.
Para mí, es decir: para lo inexorable
que dentro de mí calla, pero que no siempre callará. Y si pertenecéis a mí, no
es como mi brazo derecho.
Pues quien tiene piernas enfermas y
delicadas, como vosotros, ése quiere, lo sepa o se lo oculte, que se sea
indulgente con él.
Más con mis brazos y mis piernas yo no
soy indulgente, yo no soy indulgente con mis guerreros: ¿cómo podríais vosotros
servir para mi guerra?
Con vosotros yo me echaría a perder
incluso las victorias. Y muchos de vosotros se desplomarían ya con sólo oír el
sonoro retumbar de mis tambores.
Tampoco sois vosotros para mí ni
bastante bellos ni bastante bien nacidos. Yo necesito espejos puros y lisos
para mis doctrinas; sobre vuestra superficie se deforma incluso mi propia
efigie.
Vuestros hombros están oprimidos por
muchas cargas, por muchos recuerdos; más de un enano perverso está acurrucado
en vuestros rincones. También dentro de vosotros hay plebe oculta.
Y aunque seáis altos y de especie
superior: mucho en vosotros es torcido y deforme. No hay herrero en el mundo
que pueda arreglaros y enderezaros como yo quiero. - El
saludo - Así hablaba Zaratustra
[3] El hombre es una
cuerda tendida entre el animal y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo.
Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar
atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser
un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un
tránsito y un ocaso.- Prólogo de Zaratustra
[4] Yo amo a quien no
reserva para sí ni una gota de espíritu, sino que quiere ser íntegramente el
espíritu de su virtud: avanza así en forma de espíritu sobre el puente. .- Prólogo de Zaratustra
[5] Aquí busca a su último señor: quiere
convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere
pelear para conseguir la victoria.¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu
no quiere seguir llamando señor ni dios? «Tú debes» se llama el gran dragón.
Pero el espíritu del león dice «yo quiero». «Tú debes» le cierra el paso,
brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla
áureamente «¡Tú debes!».Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más
poderoso de todos los dragones habla así: «todos los valores de las cosas -
brillan en mí».«Todos los valores han sido ya creados, y yo soy - todos los
valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún "Yo
quiero!"» Así habla el dragón. - De las
tres transformaciones -Así hablaba Zaratustra
[7] En verdad, una sucia corriente es el
hombre. Es necesario ser un mar para poder recibir una sucia corriente sin
volverse impuro. Mirad, yo os enseño el superhombre: él es ese mar, en él puede
sumergirse vuestro gran desprecio.- Prólogo de
Zaratustra
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