Del Amor que Redime

- Quisiera contestaros hermanos míos, pero ahora se me antoja bailar, porque hasta aquí han llegado con música y poesía pero ninguno ha llegado a vosotros como danzarín. Por eso os ruego que me disculpéis, pero mi alma, demasiado inquieta para sentarse en este momento, me lleva a las alturas donde el espíritu baila y solo la danza mantiene el equilibrio.

Oh hombres, ¿Nunca sentisteis el estremecimiento en vuestro pecho, y el deseo de cantar la canción del amor que redime? ¿No habéis todavía experimentado la liviandad de la pluma, en vuestros pies, ese torbellino que eleva por sobre las cumbres más frías congelando para vosotros las imágenes más escurridizas? Porque solo en esa altura se pueden espesar todas las cosas que se escapan a las torpes garras de los depredadores.

¿No habéis recibido todavía en vuestro rostro la imagen de aquel a quien aspiráis? ¿Podéis sentir esto ahora? -


Párrafo Del Amor que Redime en Capitulo 7

CAPITULO 1

         * Sobre Todo Lo Muerto

Mientras bajaba, un murmullo de voces se superponía al golpe de sus apresurados pies por el sendero. Expresiones indescifrables al principio, se hacían entendibles cuanto más descendía a los hombres del poblado. Parecían repetir en más de una manera: "Algo esta descendiendo de lo alto" y pudo escuchar con claridad mediana un clamor perturbador de alguien que huyendo y sin mirar atrás gritaba "Algo semejante a un dios está bajando"
Al escuchar tales cosas, se inquietó, porque jamás intento provocar reacciones excesivas entre los hombres, aun cuando mucho veces intentaba llamar su atención, no era precisamente esta la repercusión que buscaba.
- Estos pobres tontos deberían ya enterarse "que dios ha muerto"- se decía exigente, con un poco de más oxigeno.
-¡Bahh!, ¿Y porque me sorprenden tales expresiones? Será porque los hombres pequeños solo ven dioses entre los muertos. Todavía no se ha encontrado vivo a ninguno de ellos. Y por eso, siempre cuando celebran fiestas sagradas, corren a festejar que sus dioses ya no están entre ellos, y para asegurarse que no puedan retornar desde sus ruinas. Así es como se han vuelto cuidadores de cementerios, custodios de tumbas y amantes de las cosas efímeras.
Y ellos no pueden entender que un muerto no puede ser un dios, porque para ser uno hay que estar vivo. No han todavía aprendido a ver a los dioses y a los diablos entre los vivos. De allí que tengan poca estima por sus dioses; la han perdido desde que los han matado.[1] A muchos los han encerrado en escapularios y reliquias. Y a otros los han expulsado de su patria y les han cambiado de nombre y personalidad. Pero los desconsolaría terriblemente tener que admitir su contradicción y prefieren culpar a algún judío. Y cuando resisten mi declaración sobre la muerte de dios, es porque entienden que un asesinato debe ser ocultado. Se aterrorizan con la idea de que la muerte los traicione y devuelva sus muertos. Así es como concluyen declarando que: "no saben con certeza si murió". Tan solo "lo creen". Pero lo que dejan manifiesto implícitamente y sin dudas es que ellos mismos son la causa de su muerte porque exponen su cadáver públicamente en sus altares. Aman a sus dioses mientras permanezcan muertos.
La muerte para ellos, constituye una especie de gran culto de agradecimiento, y llegan a respetarla más que a la vida. Su necrofilia ama más lo muerto que lo vivo. Aman más lo que ha dejado de ser, porque "lo que es" les resulta simplemente intolerable. Se llevan bien con lo que se descompone; lo que crece los aterra.
Para ellos la vida, es solamente un prólogo de la muerte. Lloran en sus funerales con un dolor placentero. Entienden las resurrecciones, como un acto conspirativo, una "insurrección".
Así caminaba y pensaba más pausadamente, dialogando con su propia sabiduría.
Hace tiempo me preguntaba: ¿Debería yo convertirme en un redentor de pequeños hombres, que desarrollan este tipo de amor hacia la decadencia?
Pero mi sabiduría furtiva y clandestina me respondió finalmente, que solo se puede amar lo que se desarrolla, el amor solamente enraíza en todo lo que crece y se eleva. Pero hay quienes enredan su alma con lo que desciende al sepulcro. Dicho amor, visto a la luz del día, es como la adulonería de los maestros sepultureros, como las  telas de arañas tejidas esmeradamente con cruces y la promiscuidad de sus vampiros.
Pero mi amor, que es ese amor necesario para redimirlos, es el amor que los desprecia, que no les permite salir, sino que los cerca, y que no les permite huir del pantano si antes lavar su ropaje en agua nueva. La que ellos siempre confunden con Agua Bendita.
Pero en este momento, solo me domina un amor y un ímpetu, el amor por mi león.

* Ansiedad Del León


Y hace tiempo también me preguntaba: - ¿Por qué debería postergar mi ansiedad de león? ¿No deseo yo ser feliz? ¿Acaso no claman mis entrañas por tal voracidad? ¿Por qué no debería caminar rapaz y malintencionadamente, ante la mirada achicada de mis presas?, ellas me lo deben.
Y en eso esta la clave, la venganza es una deuda, que por Justicia debe ser pagada. Ellos lo deben, entonces mis garras son llaves de justicia y martillos de la venganza, que ocultas tras el terror, solo imploran justicia, porque mis garras saben mucho de implorar, y así se hicieron largas y agudas, porque siempre rogaron, y crecieron juntas aun hiriéndose entre si.
No nos equivoquemos, no es día de justicia para mis presas, ellos deben recibir de mi injusticia,[2] porque la justicia solo es para mis garras que son justas, en el día de mi venganza.
Pues soy nada mas que un león, irascible y sediento de sangre, con la ira y la impotencia de los años, con la sed inagotable de la venganza insatisfecha. No soy justo, soy un león.
Mi venganza, para que sea justa,  debe exceder la justicia, de ser solo justa, seria una injusticia para con los justos. Mi venganza será justa, recién cuando ejecute injusticia. Quien distribuyó injusticia, por justicia debe recibir injusticia. Y solo un León puede pelear en la ley de un león, que es injusta.
Para ejecutar justicia están los corderos y yo soy León. Hasta ayer, los corderos hacían cosas justas, pero fueron devorados porque su compasión siempre los llevó a los lobos. Y hasta hoy la compasión mata dioses
No puedo ser un constructor, mis garras me lo impiden, están hechas solo para despedazar. Quien clame por justicia verá mi espada bañada con sangre, y será digno de ella.


         * Los Antiguos Relatos


Mientras recordaba estos diálogos, serenamente caía la noche sobre la tierra. Buscó un cobijo para descansar debajo de un árbol hospitalario, y se tendió debajo de él sin parar de recordar. Tal vez porque sus ansiedades no se llevaba bien con el descansar.
Recordaba los muy antiguos relatos que los pequeños hombres habían reducido a meras leyendas. Aquellos que ellos llamaban mitos y los usaban solo para cobijar ignorancias y disimular vacíos.
El espíritu de Zaratustra había podido llegar más allá de estas precarias voces, y muchas veces sus lacónicos mensajes crecían en estos fértiles sustratos. Mucha de su amañada doctrina surgía de entre las grietas de las ruinas desperdigadas de tanta tradición. De entre estas memorias abandonadas, manaban pequeños fragmentos de la constitución del superhombre. Con esto su visión continuamente se reforzaba y se extendía en lugares donde algunos jamás imaginaban de poder llegar.
Porque él sabía que en esta hora, en un tiempo que el león estaban cerca, estos argumentos servían como roca y como fundamento para apoyar y sostener todo su pensar, y principalmente aquello que confluyendo desde el pasado daban forma al país de sus hijos, hacia aquel momento futuro que las corrientes constantes y el velamen profuso de su mente siempre lo impelieron.
Justamente porque los pequeños hombres miraban distraídamente y de soslayo estas cosas, la suspicacia de Zaratustra lo previno siempre a estar alerta y sospechar de toda apatía, de toda indiferencia, de todo "esto no es importante". Solo un hereje, se decía, se permite sospechar de todo comentario, aún de lo que esta prohibido sospechar, de lo sagrado, de lo herético y principalmente de las sospechas. Y su mejor herejía fue atreverse a desafiar todo espíritu, especialmente a los más silenciosos, esos que nadie ve moverse y pasar. Para un hereje ningún espíritu es pequeño, solo hay pensamientos empequeñecidos.


* El Primer Enemigo


Aun cuando consiguió dormirse, no lograba frenar sus pensamientos, los que seguían moviéndose por su montaña, que si bien no era la mas alta de todas, era la más extensa y la más rica.
A la mañana temprano, lo despertaron ásperamente pasos cercanos al árbol que lo refugió en la noche.
Allí fue donde se encontró con un antiguo enemigo, su primer enemigo que volvía a él. En aquellos tiempos lo estimaba como el mejor y el más interesante, porque todavía sus enemigos eran útiles y sin mezquindad se ofrecían para cumplir con su rol eficazmente. En adelante conocería enemigos menos generosos.
Aun cuando lo conocía de su pasado, no podía recordar aun esforzándose su nombre, porque a veces la sabiduría desplaza de la memoria lo que ya ha prestado su beneficio. Y la mirada de este hombre le recordaba a Zaratustra una inquietud antigua, que volvía aunque debilitada, cosas ya superadas, pero evocando con su carga de pesadez una peligrosidad vigente.

Todavía conservaba su desafiante atractivo y se mantenía ágil y afanoso. Parecía movido todavía por ese espíritu anheloso de proporcionar una útil inutilidad.
Zaratustra había aprendido que cuando se llega a estos lugares, se intenta preservar y conservar esa sensualidad que se conforma de fugitivos triunfos y efímeras reputaciones. Luego de este encuentro Zaratustra  recordaría que lo había advertido en vano de tal condición final, y solo pudo conseguir reforzar su estado.
Un espíritu de curiosidad permitió que se detuviera e intercambió un saludo en honor a que alguna vez la relación fue interesante. Esto habilitó a Zaratustra a preguntar si había visto al león, a lo que el anterior enemigo con sorpresa respondió: - "Hace mucho ya que los leones han desaparecido y no se encuentra a ninguno en la montaña. Y ahora solo se ven en los museos" - Y se puso a describirlos minuciosamente como se los ve, intentando explicar como son los leones, a pesar de que no haber visto nunca uno, sino en el museo.
Sin querer interrumpir la exposición, Zaratustra le dijo que: el que él buscaba, estaba vivo. A esto, meneando la cabeza el hombre prosiguió a explicar nuevamente los leones del museo.
Para sus adentros Zaratustra pudo recordar, cual era la razón que en otro tiempo lo llevó a ser su enemigo. Y si bien no pudo tener presente su nombre, si cayó en la cuenta de cómo él lo llamaba, "El inexorable Charlatán" y cuanto vacío producía su palabrería.
Para él, la palabra era tan trascendente como la intrascendencia de sus palabras. Era un luchador que nunca ganaba, solo batallaba y emergía en conquistas efímeras. Como un bufón se interponía entre los deseos y el conocimiento. Cambiaba todo sentido principal y se direccionaba a callejuelas laterales tan solo para llenar su canasta.
Tras recordar esto Zaratustra se disculpó y postergó para una mejor ocasión la charla sobre los leones.

Esto también dijo Zaratustra



[1]    EL LOCO. ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!". Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. "¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella? Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por amor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora" Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. "Vengo demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo son ellos los que lo han cometido." Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternan deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: "¿Pues, qué son ahora estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?". 125 -La Gaya Ciencia
[2]    Un dios que bajara a la tierra no haría otra cosa que injusticias. - Ecce homo.

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