Mientras bajaba, un murmullo de voces se superponía al golpe de sus apresurados pies por el sendero. Expresiones indescifrables al principio, se hacían entendibles cuanto más descendía a los hombres del poblado. Parecían repetir en más de una manera: "Algo esta descendiendo de lo alto" y pudo escuchar con claridad mediana un clamor perturbador de alguien que huyendo y sin mirar atrás gritaba "Algo semejante a un dios está bajando"
Al escuchar
tales cosas, se inquietó, porque jamás intento provocar reacciones excesivas
entre los hombres, aun cuando mucho veces intentaba llamar su atención, no era
precisamente esta la repercusión que buscaba.
- Estos
pobres tontos deberían ya enterarse "que dios ha muerto"- se decía
exigente, con un poco de más oxigeno.
-¡Bahh!, ¿Y
porque me sorprenden tales expresiones? Será porque los hombres pequeños solo
ven dioses entre los muertos. Todavía no se ha encontrado vivo a ninguno de
ellos. Y por eso, siempre cuando celebran fiestas sagradas, corren a festejar
que sus dioses ya no están entre ellos, y para asegurarse que no puedan
retornar desde sus ruinas. Así es como se han vuelto cuidadores de cementerios,
custodios de tumbas y amantes de las cosas efímeras.
Y ellos no
pueden entender que un muerto no puede ser un dios, porque para ser uno hay que
estar vivo. No han todavía aprendido a ver a los dioses y a los diablos entre
los vivos. De allí que tengan poca estima por sus dioses; la han perdido desde
que los han matado.[1]
A muchos los han encerrado en escapularios y reliquias. Y a otros los han
expulsado de su patria y les han cambiado de nombre y personalidad. Pero los
desconsolaría terriblemente tener que admitir su contradicción y prefieren
culpar a algún judío. Y cuando resisten mi declaración sobre la muerte de dios,
es porque entienden que un asesinato debe ser ocultado. Se aterrorizan con la
idea de que la muerte los traicione y devuelva sus muertos. Así es como
concluyen declarando que: "no saben con certeza si murió". Tan solo
"lo creen". Pero lo que dejan manifiesto implícitamente y sin dudas
es que ellos mismos son la causa de su muerte porque exponen su cadáver
públicamente en sus altares. Aman a sus dioses mientras permanezcan muertos.
La muerte
para ellos, constituye una especie de gran culto de agradecimiento, y llegan a
respetarla más que a la vida. Su necrofilia ama más lo muerto que lo vivo. Aman
más lo que ha dejado de ser, porque "lo que es" les resulta
simplemente intolerable. Se llevan bien con lo que se descompone; lo que crece
los aterra.
Para ellos la
vida, es solamente un prólogo de la muerte. Lloran en sus funerales con un dolor
placentero. Entienden las resurrecciones, como un acto conspirativo, una
"insurrección".
Así caminaba
y pensaba más pausadamente, dialogando con su propia sabiduría.
Hace tiempo
me preguntaba: ¿Debería yo convertirme en un redentor de pequeños hombres, que
desarrollan este tipo de amor hacia la decadencia?
Pero mi
sabiduría furtiva y clandestina me respondió finalmente, que solo se puede amar
lo que se desarrolla, el amor solamente enraíza en todo lo que crece y se
eleva. Pero hay quienes enredan su alma con lo que desciende al sepulcro. Dicho
amor, visto a la luz del día, es como la adulonería de los maestros
sepultureros, como las telas de arañas
tejidas esmeradamente con cruces y la promiscuidad de sus vampiros.
Pero mi amor,
que es ese amor necesario para redimirlos, es el amor que los desprecia, que no
les permite salir, sino que los cerca, y que no les permite huir del pantano si
antes lavar su ropaje en agua nueva. La que ellos siempre confunden con Agua
Bendita.
Pero en este
momento, solo me domina un amor y un ímpetu, el amor por mi león.
* Ansiedad Del León
Y hace tiempo
también me preguntaba: - ¿Por qué debería postergar mi ansiedad de león? ¿No
deseo yo ser feliz? ¿Acaso no claman mis entrañas por tal voracidad? ¿Por qué
no debería caminar rapaz y malintencionadamente, ante la mirada achicada de mis
presas?, ellas me lo deben.
Y en eso esta
la clave, la venganza es una deuda, que por Justicia debe ser pagada. Ellos lo
deben, entonces mis garras son llaves de justicia y martillos de la venganza,
que ocultas tras el terror, solo imploran justicia, porque mis garras saben
mucho de implorar, y así se hicieron largas y agudas, porque siempre rogaron, y
crecieron juntas aun hiriéndose entre si.
No nos
equivoquemos, no es día de justicia para mis presas, ellos deben recibir de mi
injusticia,[2]
porque la justicia solo es para mis garras que son justas, en el día de mi
venganza.
Pues soy nada
mas que un león, irascible y sediento de sangre, con la ira y la impotencia de
los años, con la sed inagotable de la venganza insatisfecha. No soy justo, soy
un león.
Mi venganza,
para que sea justa, debe exceder la
justicia, de ser solo justa, seria una injusticia para con los justos. Mi venganza
será justa, recién cuando ejecute injusticia. Quien distribuyó injusticia, por
justicia debe recibir injusticia. Y solo un León puede pelear en la ley de un
león, que es injusta.
Para ejecutar
justicia están los corderos y yo soy León. Hasta ayer, los corderos hacían
cosas justas, pero fueron devorados porque su compasión siempre los llevó a los
lobos. Y hasta hoy la compasión mata dioses
No puedo ser
un constructor, mis garras me lo impiden, están hechas solo para despedazar.
Quien clame por justicia verá mi espada bañada con sangre, y será digno de
ella.
* Los Antiguos Relatos
Mientras
recordaba estos diálogos, serenamente caía la noche sobre la tierra. Buscó un
cobijo para descansar debajo de un árbol hospitalario, y se tendió debajo de él
sin parar de recordar. Tal vez porque sus ansiedades no se llevaba bien con el
descansar.
Recordaba los
muy antiguos relatos que los pequeños hombres habían reducido a meras leyendas.
Aquellos que ellos llamaban mitos y los usaban solo para cobijar ignorancias y
disimular vacíos.
El espíritu
de Zaratustra había podido llegar más allá de estas precarias voces, y muchas
veces sus lacónicos mensajes crecían en estos fértiles sustratos. Mucha de su
amañada doctrina surgía de entre las grietas de las ruinas desperdigadas de
tanta tradición. De entre estas memorias abandonadas, manaban pequeños
fragmentos de la constitución del superhombre. Con esto su visión continuamente
se reforzaba y se extendía en lugares donde algunos jamás imaginaban de poder
llegar.
Porque él
sabía que en esta hora, en un tiempo que el león estaban cerca, estos
argumentos servían como roca y como fundamento para apoyar y sostener todo su
pensar, y principalmente aquello que confluyendo desde el pasado daban forma al
país de sus hijos, hacia aquel momento futuro que las corrientes constantes y
el velamen profuso de su mente siempre lo impelieron.
Justamente
porque los pequeños hombres miraban distraídamente y de soslayo estas cosas, la
suspicacia de Zaratustra lo previno siempre a estar alerta y sospechar de toda
apatía, de toda indiferencia, de todo "esto no es importante". Solo
un hereje, se decía, se permite sospechar de todo comentario, aún de lo que
esta prohibido sospechar, de lo sagrado, de lo herético y principalmente de las
sospechas. Y su mejor herejía fue atreverse a desafiar todo espíritu,
especialmente a los más silenciosos, esos que nadie ve moverse y pasar. Para un
hereje ningún espíritu es pequeño, solo hay pensamientos empequeñecidos.
* El Primer Enemigo
Aun cuando
consiguió dormirse, no lograba frenar sus pensamientos, los que seguían
moviéndose por su montaña, que si bien no era la mas alta de todas, era la más
extensa y la más rica.
A la mañana
temprano, lo despertaron ásperamente pasos cercanos al árbol que lo refugió en
la noche.
Allí fue
donde se encontró con un antiguo enemigo, su primer enemigo que volvía a él. En
aquellos tiempos lo estimaba como el mejor y el más interesante, porque todavía
sus enemigos eran útiles y sin mezquindad se ofrecían para cumplir con su rol eficazmente.
En adelante conocería enemigos menos generosos.
Aun cuando lo
conocía de su pasado, no podía recordar aun esforzándose su nombre, porque a
veces la sabiduría desplaza de la memoria lo que ya ha prestado su beneficio. Y
la mirada de este hombre le recordaba a Zaratustra una inquietud antigua, que
volvía aunque debilitada, cosas ya superadas, pero evocando con su carga de
pesadez una peligrosidad vigente.
Todavía
conservaba su desafiante atractivo y se mantenía ágil y afanoso. Parecía movido
todavía por ese espíritu anheloso de proporcionar una útil inutilidad.
Zaratustra
había aprendido que cuando se llega a estos lugares, se intenta preservar y
conservar esa sensualidad que se conforma de fugitivos triunfos y efímeras
reputaciones. Luego de este encuentro Zaratustra recordaría que lo había advertido en vano de
tal condición final, y solo pudo conseguir reforzar su estado.
Un espíritu
de curiosidad permitió que se detuviera e intercambió un saludo en honor a que
alguna vez la relación fue interesante. Esto habilitó a Zaratustra a preguntar
si había visto al león, a lo que el anterior enemigo con sorpresa respondió: -
"Hace mucho ya que los leones han desaparecido y no se encuentra a ninguno
en la montaña. Y ahora solo se ven en los museos" - Y se puso a
describirlos minuciosamente como se los ve, intentando explicar como son los
leones, a pesar de que no haber visto nunca uno, sino en el museo.
Sin querer
interrumpir la exposición, Zaratustra le dijo que: el que él buscaba, estaba
vivo. A esto, meneando la cabeza el hombre prosiguió a explicar nuevamente los
leones del museo.
Para sus
adentros Zaratustra pudo recordar, cual era la razón que en otro tiempo lo
llevó a ser su enemigo. Y si bien no pudo tener presente su nombre, si cayó en
la cuenta de cómo él lo llamaba, "El inexorable Charlatán" y cuanto
vacío producía su palabrería.
Para él, la
palabra era tan trascendente como la intrascendencia de sus palabras. Era un
luchador que nunca ganaba, solo batallaba y emergía en conquistas efímeras.
Como un bufón se interponía entre los deseos y el conocimiento. Cambiaba todo
sentido principal y se direccionaba a callejuelas laterales tan solo para
llenar su canasta.
Tras recordar
esto Zaratustra se disculpó y postergó para una mejor ocasión la charla sobre
los leones.
Esto también dijo Zaratustra
[1] EL LOCO. ¿No habéis oído
hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado
gritando sin cesar: "¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!". Como
precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en dios, sus gritos
provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha
perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de
nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? - así gritaban y reían
alborozadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada.
"¿Qué a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos
somos su asesino. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido
bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué
hicimos cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora?
¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente?
¿Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay
todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita?
¿No nos roza el soplo del espacio vació? ¿No hace más frío? ¿No viene de
continuo la noche y cada vez más noche? ¿No tenemos que encender faroles a
mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios?
¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los
dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Y
nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los
asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha
desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua
podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos
que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros?
¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ella?
Nunca hubo un acto tan grande y quien nazca después de nosotros formará parte,
por amor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que
hubo nunca hasta ahora" Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su
auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su
farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. "Vengo
demasiado pronto -dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y
no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan
tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo,
incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos
que las más lejanas estrellas y, sin embargo son ellos los que lo han cometido."
Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó
en ellas su Requiem aeternan deo. Una vez conducido al exterior e interpelado
contestó siempre esta única frase: "¿Pues,
qué son ahora estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?".
125 -La Gaya Ciencia
[2] Un dios que bajara a la tierra no haría
otra cosa que injusticias. - Ecce homo.
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