Del Amor que Redime

- Quisiera contestaros hermanos míos, pero ahora se me antoja bailar, porque hasta aquí han llegado con música y poesía pero ninguno ha llegado a vosotros como danzarín. Por eso os ruego que me disculpéis, pero mi alma, demasiado inquieta para sentarse en este momento, me lleva a las alturas donde el espíritu baila y solo la danza mantiene el equilibrio.

Oh hombres, ¿Nunca sentisteis el estremecimiento en vuestro pecho, y el deseo de cantar la canción del amor que redime? ¿No habéis todavía experimentado la liviandad de la pluma, en vuestros pies, ese torbellino que eleva por sobre las cumbres más frías congelando para vosotros las imágenes más escurridizas? Porque solo en esa altura se pueden espesar todas las cosas que se escapan a las torpes garras de los depredadores.

¿No habéis recibido todavía en vuestro rostro la imagen de aquel a quien aspiráis? ¿Podéis sentir esto ahora? -


Párrafo Del Amor que Redime en Capitulo 7

CAPITULO 7

CAPITULO 7


* En El Fin Del Camino


- Un largo y sinuoso camino he transitado ya. Imposible volver atrás e imposible permanecer sentado aquí en este presente, que no es otra cosa que mi futuro esperado. Hasta aquí llegan mis pies, los que recorriendo mis montañas me han llevado demasiado lejos; pero hoy no me haré caminante de las aguas - se decía al contemplar que su sendero terminaba abruptamente en un acantilado del mar.
No era por fatiga, sino que reparaba en el horizonte que se fugaba de su mirada y se quedó así, con la vista clavada en él buscando respuestas a esa sensación de lejanía. Una visión de cosas distantes lo separaba de su montaña, y lo acercaba a una nueva meta. Un león lo trajo a este límite, y ahora lo arrastraba más allá de su propia frontera a un inesperado confín.
Cuando pudo retirar los ojos de su extrema visión, pudo calmar los torbellinos de su humano corazón, porque un Dios no es otra cosa que el corazón de un hombre, domado por las olas de un espíritu impetuoso, que lo impulsa por sobre los abismos.
Allí cerca, entre los árboles de una acotada foresta, sobresalía un pequeño poblado que rodeaba un muelle, y tal parecía que toda la actividad se desarrollaba alrededor de este.
A medida que descendía y se acercaba al puerto, observaba que las naves y sus tripulaciones, no se parecían a navíos comunes de mercaderes o de conquistadores. Eran más bien el agitado trabajo de una antigua fraternidad, embarcando ilusiones y custodiando tesoros sagrados. Estaban muy ocupados en cargar la nave. Tan concentrados estaban que no dieron atención a la llegada de un nuevo forastero.
También Zaratustra, casi sin darse cuenta, sumido en un nuevo designio, rápidamente se encontró a bordo del barco. Subían con él, sus pensamientos de Islas Afortunadas y su afirmada voluntad que ahora se veía arriada por vientos de renovaciones. Sobrevolaban novedades y purificaciones, que su espíritu previsor había sondeado y visualizado como ineludibles, pero que no había configurado sino hasta este instante, en que el abismo se transformaba en un portal que se le abría con primicias sacrificadas por él mismo, en anteriores fiestas sagradas. Una mudanza que no solo cargaba un sentido de transformaciones y cambios quizás propicios o quizás nefastos que se manifestarían al salir de su terruño, sino también de una madurada necesidad de proteger su doctrina de aquellos que no tienen aprecio por todo lo venerable.
Y fue cuando mirando hacia arriba, a los mástiles y velámenes, pudo observar que en los bordes de las velas se desplegaban diversas consignas. Entre ellas, movieron poderosamente su atención las que estaban escritas en el margen inferior, porque sutilmente en letras que solo se podían leer al brillo del sol y que decían: "Terra Nova", "Austro” “Solis". Y en el borde superior otras decían: "Hacia el mediodía" "Isla de fortuna".


* Embarcado   

 
Muy parecido a su vida, resultó este embarco. No había nadie allí para despedirlo, pues los que son de su especie aquellos que viajan para atravesar abismos, no disfrutan con las despedidas,.
Cansado después de un día con tantas novedades, se retiró satisfecho a su litera, y su alma reposó, como la de un bebe después de lactar de pechos cargados.
Varios días anduvo deambulando por la cubierta ordenando antiguas voces e ideas nuevas, tratando de poner las cosas en perspectiva.
Un día ya en alta mar, cuando la brisa de cubierta invitaba seductora y después de pasada la tarde, con la mirada posada sobre las aguas extrañamente calmas se decía a si mismo:
- Otra vez solos, con la soledad que ostentan solamente los que pueden cobijar una abundancia en su seno como este mar, Con su carácter intimidante y hostil, que es una parte de su agresiva inocencia, con las bravuconerías y furia de sus olas, este abismo desafía mi percepción y me llama a un nuevo combate; me ha retado, pues la profundidad siempre me ha incitado a hundirme en ella. Una voz grave y majestuosa perturba mi vieja voluntad incitándola a una nueva voluntad, a dejar un puerto para desembarcar en otro, y yo me pregunto:
¿Qué hay en nuevas y argentadas playas, que no pudiera haber en mis mediterráneas costas, las que mi alma ha transitado? ¿No he acaso, caminado más que cualquier caminante? ¿Y no han mis huellas marcado indeleblemente esas arenas que parecen eternas?
¡Pero ay!  Esta misma voz dentro de mí, esta misma sombra que me habló hace tiempo y ¡que razón llevaba!, cuando me habló en una visión repleta de enigmas y presagios.


* De La Bienaventuranza No Querida   

 
Así hablaba esa voz:
- Solo estoy de nuevo, y quiero estarlo, solo con el cielo puro y el mar libre; y de nuevo me rodea la tarde. En una tarde encontré por vez primera en otro tiempo a mis amigos, en una tarde también la vez segunda, en la hora en que toda luz se vuelve más silenciosa. Pues lo que de felicidad se encuentra aún en camino entre el cielo y la tierra, eso se busca como asilo un alma luminosa. A causa de la felicidad, ahora se ha vuelto toda luz más silenciosa.
¡Oh tarde de mi vida! En otro tiempo también mi felicidad descendió al valle para buscarse un asilo. Allí encontró esas almas abiertas y hospitalarias. ¡Oh tarde de mi vida! ¡Qué no he entregado yo a cambio de tener una sola cosa: este viviente plantel de mis pensamientos y esta luz matinal de mi más alta esperanza!
Compañeros de viaje buscó en otro tiempo el creador, e hijos de su esperanza, y ocurrió que no pudo encontrarlos, a no ser que él mismo los crease. Así estoy en medio de mi obra, yendo hacia mis hijos y volviendo de ellos. Por amor a sus hijos tiene Zaratustra que consumarse a sí mismo. Pues radicalmente se ama tan sólo al propio hijo y a la propia obra. Y donde existe gran amor a sí mismo, allí hay señal de embarazo; esto es lo que he encontrado.
Todavía verdean mis hijos en su primera primavera, unos junto a otros y agitados por vientos comunes, árboles de mi jardín y de mi mejor tierra. ¡Y en verdad!, ¡donde se apiñan tales árboles, allí existen islas afortunadas!
Pero alguna vez quiero trasplantarlos y ponerlos separados unos de otros, para que cada uno aprenda soledad, y tenacidad, y cautela. Nudoso y retorcido y con flexible dureza deberá estar entonces para mí junto al mar, faro viviente de vida invencible. Allí donde las tempestades se precipitan en el mar y la trompa de las montañas bebe agua, allí debe realizar cada uno alguna vez sus guardias de día y de noche, para su examen y conocimiento.
Conocido y examinado debe ser, para que se sepa si es de mi especie y de mi procedencia; si es señor de una voluntad larga, callado aun cuando habla, y de tal modo dispuesto a dar, que al dar tome. Para que algún día llegue a ser mi compañero de viaje y cree y celebre las fiestas junto con Zaratustra. Alguien que me escriba mi voluntad en mis tablas, para la más plena consumación de todas las cosas.
Y por amor a él y a su igual tengo yo mismo que consumarme a mí, por ello me aparto ahora de mi felicidad y me ofrezco a toda infelicidad  para mi último examen y mi último conocimiento. Y en verdad ha llegado el tiempo de irme; y la sombra del caminante y el instante más largo y la hora más silenciosa, todos me decían:¡Ya ha llegado la hora!. El viento me soplaba por el agujero de la cerradura y decía:¡Ven! La puerta se me abría arteramente y decía:¡Ve!
Mas yo yacía encadenado al amor de mis hijos; el ansia me tendía esos lazos, el ansia de amor, de llegar a ser presa de mis hijos y perderme en ellos. Ansiar, esto significa ya para mí haberme perdido. ¡Yo os tengo, hijos míos! En este tener, todo tiene que ser seguridad y nada tiene que ser ansiar. Pero empollándome yacía sobre mí el sol de mi amor, en su propio jugo se cocía Zaratustra; entonces sombras y dudas se alejaron volando por encima de mí.
De frío e invierno, ya sentía deseos. ¡Oh, que el frío y el invierno vuelvan a hacerme crujir y chirriar!, suspiraba yo. Entonces se levantaron de mí nieblas glaciales. Mi pasado rompió sus sepulcros, más de un dolor enterrado vivo se despertó. Tan sólo se había adormecido, oculto en sudarios.
Así me gritaron todas las cosas por signos: ¡Ya es tiempo! Mas yo,  no oía. Hasta que por fin mi abismo se movió y mi pensamiento me mordió.
¡Ay, pensamiento abismal, que eres mi pensamiento! ¿Cuándo encontraré la fuerza para oírte cavar, y ya no temblar?. ¡Hasta el cuello me suben los latidos del corazón cuando te oigo cavar! ¡Tu silencio quiere estrangularme, tú, abismalmente silencioso!
Todavía no me he atrevido nunca a llamarte arriba, ¡ya es bastante que te haya yo llevado conmigo! Aún no era yo bastante fuerte para la última arrogancia y petulancia del león. Bastante terrible ha sida siempre para mí, tu pesadez. ¡Mas alguna vez debo encontrar la fuerza y la voz del león, que te llame arriba! Cuando yo haya superado esto, entonces quiero superar algo todavía mayor. ¡Y una victoria será el sello de mi consumación!
Entretanto vago todavía por mares inciertos; el azar me adula, el azar de lengua lisa; hacia adelante y hacia atrás miro, aún no veo final alguno. Todavía no me ha llegado la hora de mi última lucha, ¿o acaso me llega en este momento? ¡En verdad, con pérfida belleza me contemplan el mar y la vida que me rodean!
¡Oh tarde de mi vida! ¡Oh felicidad antes del anochecer! ¡Oh puerto en alta mar! ¡Oh paz en la incertidumbre! ¡Cómo desconfío de todos vosotros!
¡En verdad, desconfío de vuestra pérfida belleza! Me parezco al amante, que desconfía de la sonrisa demasiado aterciopelada. Así como el celoso rechaza lejos de sí a la más amada, siendo tierno incluso en su dureza, así rechazo yo lejos de mí esta hora bienaventurada.
¡Aléjate, hora bienaventurada! ¡Contigo me llegó una bienaventuranza no querida! Dispuesto a mi dolor más profundo me encuentro aquí, ¡a destiempo has venido! ¡Aléjate, hora bienaventurada! Es mejor que busques asilo allí ¡entre mis hijos! ¡Apresúrate! ¡Y bendícelos con mi felicidad antes del anochecer! Ya se aproxima el anochecer, el sol se pone. ¡Vete,  felicidad mía! -
Así habló Zaratustra, y aguardó a su infelicidad durante toda la noche, mas aguardó en vano. La noche permaneció clara y silenciosa, y la felicidad misma se le fue acercando cada vez más.
 

* Antes De La Salida Del Sol  

 
Oh cielo por encima de mí, tú, ¡Puro! ¡Profundo! ¡Abismo de luz! Contemplándote me estremezco de ansias divinas. Arrojarme a tu altura, ¡ésa es mi profundidad!. Cobijarme en tu pureza, ¡ésa es mi inocencia!
Al dios lo encubre su belleza, así me ocultas tú tus estrellas No hablas, así me anuncias tu sabiduría. Mudo sobre el mar rugiente has salido hoy para mí, tu amor y tu pudor hablan revelación a mi rugiente alma. El que hayas venido bello a mí, encubierto en tu belleza, el que mudo me hables, manifiesta tu sabiduría.
¡Oh, cómo no iba yo a adivinar todos los pudores de tu alma! ¡Antes del sol has venido a mí tú, el más solitario de todos! Somos amigos desde el comienzo, comunes nos son la tristeza y la pavura y la hondura; hasta el sol nos es común. No hablamos entre nosotros, pues sabemos demasiadas cosas, callamos juntos, sonreímos juntos a nuestro saber. ¿No eres tú acaso la luz para mi fuego? ¿No tienes tú el alma gemela de mi conocimiento?
Juntos aprendimos todo. Juntos aprendimos a ascender por encima de nosotros hacia nosotros mismos, y a sonreír sin nubes, a sonreír sin nubes hacia abajo, desde ojos luminosos y desde una remota lejanía, mientras debajo de nosotros la coacción y la finalidad y la culpa exhalan vapores como si fuesen lluvia.
Y cuando yo caminaba solo, ¿De quién tenía hambre mi alma por las noches y en los senderos errados? Y cuando yo subía montañas, ¿a quién buscaba siempre en las montañas sino a ti? Y todo mi caminar y subir montañas, una necesidad era tan sólo, y un recurso del desvalido. ¡Volar es lo único que mi entera voluntad quiere, volar dentro de ti!" [1]-
Hacia la mañana Zaratustra rió a su corazón y dijo burlonamente - La felicidad corre detrás de mí. Esto se debe a que yo no corro detrás de las mujeres. Porque la felicidad es una mujer -


* En Cubierta


Algunos de los viajeros emigrantes, se reunían frecuentemente alrededor de las mesas, aun fuera del horario de comidas y cerca del calor de las chimeneas del barco. Su mejor interés, más que las viandas y el calor, se asentaba en una comunidad nutrida de ansias y necesidades de su expandirse a novedades, para lo que sus charlas y parloteos duraban hasta que el sueño los llevaba a sus literas, pues hasta ahora su vida solo se había dedicado al trabajo y la subsistencia de sus familias. Este representaba un momento no solo de ocio sino de acercarse a cosas relegadas, de las que solo habían oído vaguedades, pero un ansia de renovaciones se ejecutaba lentamente en sus pechos.
Esa exigencia de significarse que exteriorizaban jubilosamente y la necesidad de calor, llevo a Zaratustra cerca de ellos.
De hecho ninguno había escuchado de Zaratustra. Y esto provocó en el una irónica y extrañísima alegría, porque era la primera vez que no era objeto de repudio o de idolatría, y que no estaba por encima ni por debajo de nadie. Y causaba al mismo tiempo sensaciones de respeto entre ellos cuando se les acercaba en diálogos cortos. Pero ellos suponían que su agrado era la misma extrañeza por todo aquello de lo que hasta ahora estaban alejados.
Sentía por un lado que debía esforzarse mucho más con ellos que con sus antiguos oyentes, no por ser de menor valía, sino que por lo contrario, eran más exigentes y entusiastas que los anteriores, y por otro lado debía dirigirse a ellos con la precaución de quien atiende diligentemente las expectativas de los niños.
Muchas veces despertaron no solo sensaciones de ternura en su corazón, sino que provocaron a ocultas lágrimas de emoción. Pues poseían la ansiedad de los hombres anhelantes y una poderosa avidez por todo lo que Zaratustra les acercaba.


* Sobre La Renovación De La Sangre


Una noche, en la sobremesa de una cena compartida de carnes y vinos, Zaratustra se tornó hacia ellos en una melancolía poco común en él, y exigente de atención les dijo:
- En vosotros descansa el mañana, descansa la construcción de presentes auspiciosos y de despertares luminosos. En vosotros viaja el germen renovador de nuevos pactos escritos con sangre. -
Yo digo que: -"De todo lo escrito, amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu" [2] Y en la renovación de la sangre, sobrevive el cuerpo. Las raíces viejas siempre terminan ahogando a las nuevas, por eso el hombre sin transplante no tiene posibilidad de crecimiento, sin enraizar en sustrato nuevo no tiene renovación.
El cuerpo busca continuamente seguridad en el orden, pero el espíritu solo se satisface en impulsos de renovación.

Hay razas de cuerpos ordenados, y hay razas de espíritus impetuosos, y lo que de cada una de ellas puede fluir es solo su propia manifestación. De cada una puede emanar solamente una cuota necesaria, para la construcción de una nueva raza superior a la anterior. Porque tanto un cuerpo impulsivo por un lado, como un espíritu sistemático por otro, separadamente, al no tener posibilidades de transformación, una potencia decadente los autodestruye y los encamina entropicamente a su ocaso. Al César no le es impropio lo de Dios, y a Dios también se le debe lo del César.
A vosotros os toca enraizar de nuevo, para que de esa semilla cuidada surja finalmente el superhombre. Vosotros, hombres anhelantes no podéis llegar al superhombre, pero os toca la delicada tarea de crearlo en vuestros trabajos y sueños. Sea vuestra meta superior a vuestra vida, porque en ella se cobija como un pequeño germen casi inexpresivo, un creador. Que el país de vuestros hijos sea la meta, y vuestra vida escrita sea con sangre.-

Después de varios días cuando se avistó tierra, el entusiasmo era tal, que reunidos en la cubierta del barco, convocaron a un brindis festivo con su mejor vino. Y con regocijado júbilo chocaron sus vasos diciendo:
- Por Zaratustra que nos ha entregado en un viaje al conocimiento que no teníamos, por esa nueva esperanza. Por quién llevó nuestro entendimiento a islas afortunadas a las que no esperábamos arribar, y que nos abrazó en el calor de su fuego. Por quien ha dado proa a nuestra embarcación y a quien nunca olvidaremos. -
A lo que Zaratustra no se demoró en responder así:
- No puedo menos que llamaros hermanos de viaje. Porque así me habéis honrado en llamarme. Y en virtud de esta mención os desafío hoy "a que nunca olvidéis de vuestra promesa" porque la memoria del hombre no es sino la mujer más inestable, demasiado coqueta y preocupada de su apariencia, siempre mutable y por lo tanto la más infiel de las compañeras, aún a si misma. Nunca os fiéis de ella mientras seáis hombres, porque nunca aparecerá tal cual fue, sino que se os mostrará cada vez más seductora, renovando sus vestidos y peinados. Os invito mis amigos, a que hagáis un memorial de esta travesía y de este desembarco, porque vuestros hijos lo negarán.

Esto también dijo Zaratustra






[1]  Extractos de De la bienaventuranza no querida y Antes de la salida del sol de  Así hablaba Zaratustra

[2]  Extractos de: Del leer y el escribir en Así hablaba Zaratustra

No hay comentarios.:

Publicar un comentario